LAS CONDICIONES PARA CREAR EMPLEO DECENTE
El problema social que con mayor gravedad afecta a los ciudadanos es la falta de empleo, y es natural. La mayoría de las personas podemos vivir y satisfacer nuestras necesidades gracias a los ingresos que os proporciona el trabajo remunerado o las pensiones que se reciben precisamente por haber tenido con anterioridad empleos y haber cotizado a la Seguridad Social en ellos.
Por eso es lógico que la mayoría de la población desee que las políticas de los gobiernos se encaminen a facilitar la creación de puestos de trabajo y que los políticos siempre se presenten ante la gente Como preocupados por conseguir este objetivo.
Pero en este campo, como en ningún otro, no debemos ser ingenuos. En apariencia todos estamos interesados en que se cree el mayor número de empleos pero eso es sólo una apariencia porque también hay grupos de interés muy poderosos a quienes no les conviene que haya pleno empleo y que todas las personas que lo deseen dispongan de un puesto de trabajo bien remunerado.
Así lo han detectado muchos científicos y es algo que incluso han reconocido muchos dirigentes políticos. El que fue ministro español de Economía, Carlos Solchaga, 1 lo expresó claramente en un libro en el que comentaba su experiencia de gobierno: «La reducción del desempleo, lejos de ser una estrategia de la que todos saldrían beneficiados, es una decisión que si se llevara a efecto podría acarrear perjuicios a muchos grupos de intereses y a algunos grupos de opinión pública».
Eso es así porque cuando hay un alto nivel de desempleo se puede contratar el trabajo a salarios más bajos ya que hay más personas que desean trabajar pero que no encuentran empleo y, por tanto, estarán dispuestas a aceptar sin rechistar las condiciones de trabajo que les ofrezcan.
En nuestro país hemos podido comprobar en los últimos años que la presencia de gran número de inmigrantes ha sido utilizada para contratar a más bajo salario y que incluso ha sido fomentada la presencia de trabajadores sin papeles precisamente porque su estado de mayor necesidad permite a empleadores que sólo buscan el máximo beneficio contratarlos en condiciones más favorables para ellos.
El interés que puedan tener algunos grupos sociales poderosos en que haya desempleo es, por tanto, algo que no se puede olvidar para entender por qué en los últimos años todo el mundo habla de crear empleo y, a la postre, no se crea el suficiente y el que se crea es de baja calidad, con malas condiciones de trabajo, pocos derechos reconocidos y de bajo salario.
En cualquier caso, para poder determinar lo que más conviene hacer para crear puestos de trabajo, vamos a repasar en
primer lugar las ideas que defienden al respecto quienes nos gobiernan; después vamos a mostrar que antes y ahora, en
plena crisis, se corresponden poco con la realidad, y finalmente indicaremos, a la vista de la experiencia real, cuáles son las condiciones que a nuestro juicio sí permitirían crear el empleo que necesita nuestra economía y nuestra sociedad.
LAS CAUSAS DEL PARO Y LAS CONDICIONES PARA CREAR EMPLEO
La fórmula que se viene presentando desde hace años como la adecuada para crear empleo la conocen perfectamente todos los ciudadanos porque se repite hasta la saciedad. En efecto, es muy habitual leer en prensa titulares como los siguientes que han terminado por convertirse en el credo dominante: «El Banco de España insiste en moderar salarios para crear empleo», «El Banco de España urge moderar los salarios para evitar los despidos», la CEOE (es decir, la organización patronal que defiende los intereses de los empresarios) «insiste en que se debe seguir con la moderación salarial para propiciar la recuperación del empleo» 2. Pero si se afirma que lo que hay que hacer para crear empleo es reducir salarios no es porque haya evidencia científica de ello.
Las propuestas neoliberales
La idea que defienden los economistas y los políticos liberales es que el trabajo es una mercancía más que se compra y se
vende en un mercado como otro cualquiera. Los trabajadores ofertan sus horas disponibles de trabajo en función del salario que esperan obtener (si es más alto, desearán trabajar más y, si es muy bajo, menos). Y las empresas demandan trabajo comparando el salario que han de pagar por él con la productividad que pueden obtener al utilizarlo.
De esa manera los liberales creen que se puede fijar un salario que iguala en un momento dado la cantidad ofertada por los trabajadores y la demandada por los empresarios y que, por tanto, representa una situación de pleno empleo.
Si el salario fuera demasiado bajo, habría una gran demanda de trabajo por parte de los empresarios pero insuficiente oferta de trabajo porque, dicen los defensores de este punto de vista, siendo el salario demasiado bajo, los trabajadores preferirían el ocio al empleo. Y si el salario fuera demasiado alto, ocurriría lo contrario: habría muchos trabajadores deseosos de trabajar, pero muchas empresas no estarían dispuestas a contratarlos a esos salarios tan elevados.
Por tanto, dirían los liberales, para que haya pleno empleo lo importante es que se den dos circunstancias. La primera, que los salarios sean suficientemente moderados porque si son muy altos las empresas no van a contratar a todos los trabajadores que deseen trabajar y habrá paro. Por eso los liberales afirman que el paro o desempleo es siempre voluntario, porque podría eliminarse simplemente si los trabajadores aceptan trabajar a salarios más bajos.
La segunda circunstancia para que haya pleno empleo es, por tanto, que los salarios puedan subir y bajar libre y fácilmente, que los trabajadores puedan ir sin dificultad allí donde haya un empresario demandando un empleo. Y que los empresarios puedan contratar allí donde lo necesiten y en las condiciones en que les resulte más apropiado. Cuando esto ocurre, se dice que el mercado de trabajo es flexible y, cuando no, que es rígido.
Y de esta segunda circunstancia los liberales deducen que para crear empleo lo que debe haber es la mayor flexibilidad posible en el mercado laboral. Mientras que el desempleo se explica porque hay factores que hacen que el mercado sea demasiado rígido.
Los factores que provocan esta rigidez son en realidad los mismos que hacen que los salarios sean demasiado altos y produzcan desempleo.
La mayoría de las personas, por poco informadas que estén, saben también cuáles son estos factores a los que se culpa de la rigidez en el mercado de trabajo y del paro, porque se hace constante referencia a ellos en los medios de comunicación y en los discursos políticos y de los economistas ortodoxos.
El más habitual y criticado es el de los sindicatos. Se afirma que crean rigidez porque defienden los intereses de los trabajadores y, por tanto, porque no aceptan cualquier nivel de salario ni cualquier condición laboral, es decir, porque han logrado a lo largo de toda su historia que se reconozcan normas laborales que protegen a la parte más débil de la relación de trabajo. Es fácil imaginar cómo serían las condiciones de trabajo (simplemente recordando cómo eran en el siglo XIX) si no hubieran existido sindicatos y si no se hubiera conseguido que se reconozcan los derechos de los trabajadores.
Otro factor que los liberales afirman que provoca rigidez son precisamente todas las normas que protegen a los trabajadores o que les conceden derechos: si hay salario mínimo, se dirá que no se crea empleo porque no se permite que haya empresas que puedan crear puestos de trabajo más baratos. Si hay subsidios para los desempleados, se dirá que entonces los parados preferirán vivir de las ayudas y que no aceptarán los empleos que se les ofrezcan. Si hay cotizaciones sociales elevadas para poder financiar pensiones dignas, se dirá que eso encarece el coste del trabajo. Si hay convenios colectivos que fijan condiciones de trabajo decentes para todos los trabajadores, se dirá que, además de encarecer el trabajo, se limita la libertad de contratación y que eso provocará desempleo…
Y, en consecuencia, los liberales defienden que, para poder crear puestos de trabajo suficientes, lo que hay que hacer es llevar a cabo continuas reformas en los mercados de trabajo para eliminar todos estos factores de rigidez y para proporcionar, por el contrario, la flexibilidad suficiente a las relaciones laborales que permita alcanzar el pleno empleo.
Estas ideas sobre el mercado de trabajo y la creación de empleo que se presentan como el último hito son realmente muy antiguas, de finales del siglo XIX. Cuando se han recuperado para darle cobertura ideológica a las políticas neoliberales, se han presentado bajo la forma de teorías económicas muy sofisticadas y con mucho aparato matemático para dar a entender que se trata de proposiciones científicas muy modernas, pero su sustrato final es el antiguo que acabamos de señalar por mucho que se presenten disfrazadas de modernidad a la opinión pública. Siguiendo estos principios, en los últimos años se han realizado multitud de trabajos orientados a mostrar que, por ejemplo en Europa o en España, existen factores de carácter institucional como los antes mencionados, que son los responsables de los altos niveles de empleo existentes. Y a propugnar, por tanto, que se reformen los mercados para eliminarlos y darles flexibilidad.
De esos análisis es de donde beben las políticas gubernamentales de los últimos años, como lo hace, por ejemplo, el último Pacto del Euro cuando afirma que lo que necesitan las economías europeas para crear empleo es ser más competitivas. Esto significa, como veremos más adelante, exactamente lo mismo que acabamos de mostrar: salarios más bajos porque se supone que así las mercancías se van a producir más baratas y, por tanto, que se van a vender con mayor facilidad y entonces emplear a más trabajadores. Lo que no explican, como también veremos más adelante, es a quién van a venderse esas mercancías de más si la población que podría comprarlas tiene cada vez menos capacidad de compra porque bajan sus salarios.
¿Se crea empleo con la receta liberal?
Las ideas que normalmente se propagan en los medios de comunicación y las que defienden los políticos y los economistas de ideología neoliberal son estas que acabamos de mostrar y se suelen presentar como si fueran verdades fuera de toda discusión.
Pero la realidad es que son muchos los economistas que han demostrado que ese tipo de principios ni tienen consistencia
lógica ni han producido los resultados que dicen en la realidad. El más conocido de todos ellos quizá fuera John M. Keynes, el economista británico que mostró que la tesis según la cual la creación de empleo depende del coste del trabajo es una falacia porque, decía él, el trabajo es una mercancía muy especial y nunca va a ser posible que el salario baje como afirman los liberales.
Y, sobre todo, decía Keynes, porque por muy bajo que sea el salario ¿para qué va a contratar a más trabajadores una empresa si no tiene clientes a quienes vender sus productos? A diferencia de los liberales, para Keynes la creación de empleo dependería, por tanto, no del nivel del salario sino de que hubiera suficiente demanda de bienes y servicios.
Y es que la tesis liberal según la cual la creación de empleo depende sólo del coste del trabajo y que inspira a las políticas neoliberales lleva a una conclusión que no puede calificarse sino de absurda e inaceptable: para cualquier nivel de producción se puede crear entonces tanto empleo como se quiera con tal de que los salarios sean suficientemente bajos.
Recientemente el análisis de la realidad de los mercados de trabajo, que en este libro no podemos exponer con detalle, ha
mostrado con claridad que las cosas no funcionan como quieren hacer creer los neoliberales.
Por ejemplo, se ha podido comprobar en Francia y en otros países europeos que la evolución de la tasa de paro tiene que ver, sobre todo, con el número de horas de trabajo y no con la evolución de los salarios.
Autores como James Galbraith y Deepshikha Roy-Chowdhury han demostrado que en Europa y entre 1980 y 2005 no se da la relación que defienden los neoliberales sino todo lo contrario: las variaciones de los salarios y del empleo en ese largo periodo han ido de la mano porque cuando aumentaban los salarios aumentó también el empleo, y cuando se redujeron, bajó.
Muchos estudios han demostrado también en los últimos años que la tesis de la flexibilidad defendida por los neoliberales
no es cierta. Incluso la propia OCDE, una de las cunas del pensamiento ortodoxo, tuvo que aceptar en su informe de 2006
que la realidad muestra que distintos países han conseguido buenos resultados en el empleo con instituciones del mercado de trabajo «extremadamente diferentes», es decir, incluso con mercados que los neoliberales considerarían muy rígidos.
Y, como veremos en el capítulo VI, tampoco hay evidencia empírica que permita afirmar que los costes salariales más bajos hacen que una economía venda mejor sus productos en el exterior y, por tanto, que pueda crear más empleo por esta vía.
Los datos muestran, por el contrario, como vamos a ver enseguida en lo referente a los últimos años de crisis económica, que a pesar de que hayan bajado los salarios se ha destruido empleo; que con el mismo mercado muy rígido, según los neoliberales, España pudo ser el país que más empleo creó antes de la crisis y luego pasar a ser el que más ha destruido, y, sobre todo, que no hay relación indiscutible entre la existencia de normas más o menos flexibles o rígidas y el mayor o menor volumen de empleo.
Y muchos estudios han demostrado (y hasta el sentido común lo ratifica) que lo que realmente determina el nivel de empleo o desempleo no son las condiciones de los mercados de trabajo (aunque eso no quiere decir que lo que allí ocurra sea complemente indiferente para la creación de empleo) sino las condiciones macroeconómicas: la política monetaria, los tipos de interés, el coste del capital, el poder que tengan las empresas en los mercados, el nivel de inversión, las facilidades de financiación y, fundamentalmente, la capacidad efectiva de compra que haya en una economía.
Y es lógico que sea así, como ya apuntamos antes: por muy bajo que sea el salario, por muy dóciles que sean los sindicatos, por muy barato que sea el despido, por muy pocos derechos que tengan los trabajadores y mucho el poder de los empleadores, ¿de qué servirá todo eso si los empresarios no tienen a quién vender lo que producen? Lo que ha ocurrido en los últimos años de crisis demuestra a las claras todo eso.
EMPLEO Y PARO EN LA CRISIS: ¿QUÉ HA FALLADO Y QUÉ HAY QUE CORREGIR?
El problema del desempleo ha estado presente en la mayoría de los países durante los últimos treinta años, pero es evidente que se ha acentuado de una manera muy espectacular y dramática en estos últimos años de crisis financiera y económica.
En casi todos los países europeos, excepto en Alemania, el desempleo ha aumentado con rapidez durante este periodo, y
en países como España, Irlanda y Estados Unidos su crecimiento ha sido mucho mayor y a veces incluso espectacular. Así, en España la tasa de desempleo ha aumentado durante los años de la crisis en 9,7 puntos, en Irlanda en 7,2 y Estados
Unidos en 4,7 3. En el otro polo están los países que han tenido una tasa de crecimiento de desempleo muy bajo como Austria (0,4), Bélgica (0,4) o incluso que han visto disminuir su desempleo, como es el caso señalado de Alemania (-1,2).
Para saber cómo salir de los altos niveles de desempleo que se registran en países como España y aprovechar la experiencia de los que no padecen en tal medida este problema hay que tratar de encontrar las causas reales de estas disparidades porque los políticos neoliberales están haciendo una lectura muy sesgada de los hechos para justificar las medidas y las reformas que están adoptando.
No basta con que aumente el PIB
Una primera interpretación de esas diferencias sería que el descenso de la demanda de bienes y servicios haya generado una caída de la actividad económica y, por tanto, de la producción y del empleo, así como, al mismo tiempo, un incremento en la destrucción de empleo, lo cual explicaría el incremento del paro. Es decir, que al producirse menor crecimiento económico se haya dado mayor crecimiento del desempleo, de donde se deduciría que lo que hay que hacer para recobrar el empleo sería procurar por todos los medios que aumentara la tasa de crecimiento del Producto Interior Bruto.
Pero esta interpretación no explica por qué Alemania, que ha tenido un descenso muy marcado de la tasa de crecimiento de su PIB durante la crisis (-4,7 por ciento), bastante mayor que el de Estados Unidos (-2,7 por ciento) y que España (-3,7 por ciento), haya registrado una disminución del desempleo mientras que estos dos últimos países han experimentado un gran aumento.
De hecho, España ha sido uno de los países con menor descenso en su tasa de crecimiento económico y en cambio el que
tuvo un mayor crecimiento del desempleo. No parece, pues, que el descenso de la actividad económica, per se, sea la mayor causa del aumento del desempleo.
Para aclarar las diferencias en la evolución del empleo y el paro durante la crisis hay que mirar a otras variables y para ello lo primero que hay que hacer es no confundir la magnitud de la tasa de paro y la tasa de crecimiento del paro.
La tasa de paro en España
La tasa de paro es el porcentaje de la población que está en edad de trabajar y desea trabajar pero que no encuentra trabajo.
En general es más elevada cuando no hay suficientes puestos de trabajo disponibles para la gente que quiere trabajar. Y esto es lo que ha ocurrido desde hace bastante tiempo y explica por qué siempre España, incluso en tiempos de bonanza económica, tiene un elevado desempleo.
Una de las principales causas de esta falta estructural de puestos de trabajo en España es el escaso desarrollo del sector público y, muy en particular, de los servicios públicos del Estado del Bienestar, tales como sanidad, educación, servicios
sociales, escuelas de infancia, servicios de ayuda a las personas con dependencia, vivienda social y otros servicios, como veremos en el capítulo siguiente. Si España, que en estos momentos tiene un 9 por ciento de su población empleada en estos servicios, tuviera el porcentaje que tiene Suecia (25 por ciento), tendría como poco 5 millones de puestos de trabajo más de los que tiene ahora, cifra que es superior, por cierto, al número de desempleados actual, lo que significa que el desempleo no existiría en España.
Tales puestos de trabajo podrían financiarse con los 200.000 millones de euros más de los que recibe el Estado español (tanto central como autonómico y municipal) si éste tuviera la política fiscal que tiene Suecia, como veremos en el capítulo de la financiación de la economía.
El problema, pues, no es económico, sino político, y ello aparece con toda claridad cuando se analiza quién paga impuestos en España, y más concretamente que la mayoría de su recaudación procede de las rentas del trabajo. La población que está en nómina paga, en general, unos impuestos que proporcionalmente son semejantes a los impuestos de sus homólogos en la Unión Europea de los Quince, y sólo ligeramente inferiores a los que pagan sus homólogos en Suecia.
El trabajador de Seat, por ejemplo, paga en impuestos el 75 por ciento de lo que paga el trabajador de Volvo. Pero los españoles ricos y los grupos de gran poder fáctico (banca y gran patronal) pagan en impuestos sólo el 20 por ciento de lo que pagan sus homólogos en Suecia. Una circunstancia que sólo se puede explicar gracias al enorme poder político y mediático de estos últimos, que impone las políticas fiscales regresivas que, en gran parte, son las que explican los bajos ingresos al Estado y la escasa creación de empleo público.
En contra de las falsedades que se vienen diciendo para justificar el recorte del gasto y del sector público, lo cierto es que
España es uno de los países integrantes de la UE-15 con un sector público de menor tamaño. Nuestro porcentaje de población empleada en él sobre el total de población activa era del 12,75 por ciento en 2008 mientras que el de Dinamarca llega al 31,27 por ciento, el de Finlandia al 24,64 por ciento o el de Suecia al 26,2 por ciento en 2007. Y, a diferencia de lo que también se afirma, el crecimiento del empleo ha sido más rápido en el sector privado que en el público.
Es verdad que desde 2000 hasta 2008 el gasto público realizado por España ha aumentado de forma significativa, con una media del 5 por ciento anual, que es superior a la de la UE-15, que fue del 3,4 por ciento. Pero hay que tener en cuenta que el déficit que presenta España en cuanto a gasto público respecto a la UE-15 es muy grande. Así, a pesar de este crecimiento, todavía tenemos un gasto público por habitante de 2.600 euros (estandarizados) menos que el promedio de la UE-15.
Además, España era en 2008 el país de la UE-15 que menos gastaba en salarios a los trabajadores públicos y el quinto que
menos gastaba en compensación salarial a sus empleados públicos por habitante.
Y por ello resulta que para crear empleo sea necesario y urgente dimensionar nuestro sector público, al menos como en
los países más desarrollados de nuestro entorno, aumentar los impuestos y su progresividad y, como veremos en el capítulo siguiente, reducir el déficit social de España, que tiene el gasto público social por habitante más bajo de la Unión Europea de los Quince.
Flexibilidad y rigidez en la crisis
Pero, además de partir con una tasa de paro ya de por sí elevada, la característica principal de nuestra economía es que, junto con Estados Unidos e Irlanda, ha registrado el mayor crecimiento del desempleo y por eso es importante analizar su relación con los factores institucionales que, según los neoliberales, generan rigidez y hacen que aumente el paro.
España tuvo desde 2007 hasta 2009 un crecimiento de 12 puntos en su desempleo, Irlanda de 9,7 puntos y Estados Unidos de 4,7 puntos. Y resulta que Estados Unidos e Irlanda son los países que tienen mayor desregulación del mercado de trabajo, en donde los empresarios pueden despedir con toda facilidad y los sindicatos son muy débiles.
En este sentido los datos son muy contundentes. En contra de lo que sostiene la sabiduría neoliberal dominante en nuestra cultura económica y política, la realidad muestra clara y contundentemente que a menor protección del puesto de trabajo, es decir, que a mayor flexibilidad, se ha producido mayor crecimiento del desempleo. Dicho de otro modo: la flexibilidad, en contra de lo que dicen los neoliberales, ni crea empleos ni evita que se destruyan sino que, por el contrario, hace que se pierdan con mayor facilidad.
Si España, Irlanda y Estados Unidos, que tienen una gran desregulación y facilidad de despido, son los que han tenido un mayor crecimiento del desempleo durante la crisis, sólo se puede concluir que la famosa tesis neoliberal que sostiene que
la seguridad del puesto de trabajo de los trabajadores con contratos fijos es la que crea la inseguridad y el desempleo entre los demás es falsa. En España, en donde existe la idea generalizada, al haber sido promovida por el mundo empresarial y por el Banco de España, de que es difícil despedir a los trabajadores, resulta que la gran destrucción de empleo incluye también a los trabajadores fijos sin que esto repercuta en una mayor creación de empleo.
Por el contrario, Alemania es uno de los países con un mercado de trabajo más regulado de la Unión Europea, principalmente como consecuencia del sistema de cogestión en el que los sindicatos (y los trabajadores) de las empresas están en sus equipos de dirección. Pero a pesar de ello, y a pesar del gran descenso de su actividad económica medida a través del PIB, como resultado del descenso de sus exportaciones a que dio lugar la recesión mundial, no sólo no aumentó su desempleo sino que ha continuado disminuyendo. Ha sido así porque, al reducirse la demanda, las empresas (el 40 por ciento de ellas en el periodo 2008-2009) han reducido las horas de trabajo en lugar de reducir el número de trabajadores. Lo que confirma la idea que comentamos antes según la cual si lo que queremos de verdad es proteger el empleo a donde tenemos que apuntar es a reducir la jornada de trabajo.
Se puede concluir, por tanto, que facilitar el despido en momentos de recesión y aumentar la flexibilidad, como han hecho las sucesivas reformas del gobierno de Zapatero, simplemente facilita el aumento del desempleo, puesto que incentiva que los empresarios se adapten a la disminución de la demanda de sus bienes o servicios reduciendo su fuerza laboral. Por el contrario, si ello no es factible, porque las normas no lo permiten o lo encarecen o porque los sindicatos se lo impiden, se tenderá a mantener el número de trabajadores disminuyendo el tiempo de trabajo de cada uno.
Por tanto, son este tipo de medidas, acompañadas de las que fomenten e incentiven la reestructuración de los tiempos de trabajo y de las que permitan sostener la demanda, las que mejor garantizan el mantenimiento del empleo. La realidad nos muestra, además, que incluso el modelo que está de moda consistente en combinar mucha flexibilidad, facilitando el despido con seguridad, tal como ocurre en Dinamarca, sólo funciona en tiempos de elevado crecimiento económico y pleno empleo, es decir, cuando en realidad no hacen falta.
La llamada flexiseguridad como la danesa que ahora está de moda sólo funciona si el empresario puede despedir con facilidad pero también si los trabajadores tienen una amplia oferta de puestos de trabajo con servicios de formación incluidos, y con un seguro de desempleo elevado que le permita encontrar trabajo de semejante calidad. Una oferta de puestos de trabajo que no existe en fases de recesión. Y eso es lo que ha hecho que, cuando Dinamarca ha entrado en recesión, haya dejado de ser un modelo porque su desempleo se ha disparado y su tasa de crecimiento del desempleo ha sido, durante la crisis, de las más elevadas en la Unión Europea (2 puntos).
¿QUÉ ENSEÑA LA REALIDAD DE LOS MERCADOS LABORALES?
Si se dejan a un lado las anteojeras ideológicas que llevan a los neoliberales a ver el mercado de trabajo como un mecanismo perfecto y utópico en donde se puede crear una cantidad infinita de puestos de trabajo con sólo garantizar un salario suficientemente bajo, y si, por el contrario, se mira sin prejuicios la realidad, lo que ocurre de verdad en estos mercados, podemos descubrir las claves fundamentales que hay que tener en cuenta para poder ayudar a crear puestos de trabajo.
En esa línea las enseñanzas más importantes no son las que provienen de ideaciones neoliberales, sino las que proporciona el estudio del funcionamiento real de los mercados laborales.
Lo primero que enseña es que no es verdad que lo que haya que hacer para crear empleo sea liberalizar aún más los mercados y las relaciones laborales. No es cierto que allí donde se han hecho reformas para desregular y flexibilizar más los mercados de trabajo se den los mayores niveles de creación de empleo o de reducción del desempleo existente.
La segunda enseñanza fundamental es que, aunque se pueda demostrar que la presencia de ciertas normativas o instituciones que protegen a los trabajadores y que lógicamente incrementan el coste del trabajo podrían ser causa de mayores rigideces, su efecto sobre el empleo no puede considerarse como decisivo o determinante puesto que, junto a ellas, siempre intervienen otras variables de carácter macroeconómico cuya mayor incidencia ha quedado demostrada en multitud de estudios.
La tercera enseñanza es que las reformas laborales han producido una disminución del coste del trabajo, una relajación de las normas laborales que han reducido los estándares de protección y una mayor precarización del trabajo, lo que incrementa el empleo temporal y a tiempo parcial no deseado, la discriminación laboral, la inseguridad y la insatisfacción en el desempeño del trabajo.
En cuarto lugar, sabemos que hay suficientes evidencias que permiten establecer que la generación de empleo está determinada por la existencia de adecuadas condiciones macroeconómicas, que no son solamente las relativas al crecimiento de la actividad medido a través del PIB. Y lo que se ha podido comprobar sin ningún tipo de problema es que lo que en realidad ha ocurrido en los últimos años ha sido que se han aplicado políticas y condiciones macroeconómicas claramente negativas para la creación de empleo, algunas de las cuales las hemos comentado ya en los dos primeros capítulos del libro.
Entre ellas:
1. Privilegio de las rentas financieras que han absorbido recursos de la actividad productiva y han detraído los necesarios
para que las empresas productivas creen puestos de trabajo.
Un problema que se ha agudizado especialmente durante la crisis, cuando se ha producido, como sabemos, una escasez extraordinaria de financiación que impide que las empresas puedan crear empleo.
2. Predominio de las políticas deflacionistas encaminadas a reducir los salarios y el gasto con la excusa de que provocan inflación, lo que ha disminuido de manera constante la demanda efectiva dirigida sobre todo a las pequeñas y medianas empresas.
3. Reducción del gasto social que ha impedido crear puestos de trabajo en los servicios de bienestar, como hemos señalado y como veremos con más detalle en el capítulo siguiente.
4. Aumento del poder sobre el mercado de las grandes empresas que les ha permitido imponer precios muy poco competitivos y costes muy desfavorables para las pequeñas y medianas empresas, que son las que crean la mayor parte del empleo.
En quinto lugar, el análisis de la creación y destrucción de empleo indica que ambos dependen de la gestión que se haga del tiempo de trabajo y del reparto de las ganancias de productividad, es decir, en realidad, del reparto de la renta entre el trabajo y el capital. Lo que significa que se puede evitar la destrucción del empleo y fomentar su creación mediante la reducción del tiempo de trabajo y viceversa. Si cuando hay más crisis aumenta el tiempo de trabajo, como ha ocurrido en España, resultará que se perderá más empleo. Si disminuye, como sucede en Alemania, se conserva.
Finalmente sabemos también que el mayor o menor volumen de empleo depende del modelo productivo, del ámbito en donde se destinan preferentemente los recursos y, como analizamos en el capítulo III y acabamos de mencionar, de la pauta de distribución de la renta. Esto indica que, en última instancia, el nivel de empleo y desempleo que hay en una economía no depende tanto, o no solamente sólo, de circunstancias económicas sino también de las políticas. Y, en consecuencia, del diferente poder e influencia de los distintos grupos sociales a la hora de tomar decisiones sobre el uso de los recursos.
Por eso la patronal y los políticos y economistas neoliberales que defienden una distribución de la renta más favorable al
capital están tan empeñados siempre en atacar a los sindicatos y en reducir su papel en la negociación, en evitar que ésta sea colectiva para hacerla persona a persona, o lo más descentralizada posible para que la defensa de los trabajadores sea más débil, y, en general, en que desaparezcan las normas de obligado cumplimiento que establecen derechos taxativos para proteger a los asalariados.
Y por eso reclaman que se apliquen políticas macroeconómicas como las que hemos comentado, que en realidad se sabe
que van a crear desempleo, porque cuanto más elevado sea éste más fácil resultará imponer a los trabajadores las condiciones laborales y salariales que convengan a la patronal.
Naturalmente esto no quiere decir que todos los empresarios y todas las empresas actúen así, con una perspectiva tan alicorta (porque tratando de ganar unos pocos al final pierden todos los empresarios). Muchos de ellos tratan de innovar, de encontrar acuerdos con sus trabajadores para repartirse las ganancias de productividad de manera que ninguno se empobrezca ni se ponga en peligro la vida de la empresa, que favorecen la participación y las mejores condiciones de trabajo posibles para todos, que evitan la discriminación y la desigualdad, que entienden que la búsqueda del beneficio debe hacerse necesariamente compatible con el respeto al medio ambiente, a la justicia social y al interés colectivo, y que entienden que el éxito de una empresa no puede consistir en dar simples «pelotazos» sino en poner en marcha proyectos comunes que creen riqueza para satisfacer las necesidades humanas y el mayor volumen de empleo posible…
Por eso, para crear empleo también es imprescindible fomentar este tipo de comportamiento empresarial y las formas de propiedad que mejor lo favorezcan, la pequeña y mediana empresa y las empresas de carácter social, cooperativas y sociedades laborales, creando las condiciones para que entender así la actividad empresarial no sea un escollo sino una ventaja en el mundo de los negocios. En realidad algunas de las empresas más eficientes y las que han respondido a la crisis con menor destrucción de empleo han sido cooperativas de trabajadores y empleados de reducido abanico salarial, con diferencias entre los mejores y peores pagados de 3 a 1, que contrastan con las grandes empresas del Ibex-35 que destruyen más empleo y en donde esas diferencias llegan a ser 20 a 1. Mondragón es un ejemplo de ello y se puede afirmar que si la mayoría de empresas en España hubiera actuado como las de Mondragón, nuestro nivel de desempleo sería mucho más bajo que el actual.
Por otro lado, es importante recuperar el principio ampliamente extendido en los países nórdicos (donde las fuerzas progresistas han sido las dominantes en sus instituciones políticas) de que el Estado tiene responsabilidad de crear empleo, cuando el mundo empresarial privado no lo hace en cantidad suficiente.
Es un principio de una enorme importancia en este momento de crisis, cuando (al revés de lo que se está haciendo en España) el Estado debiera estar mucho más comprometido aún en la provisión de puestos de trabajo.
LAS CONDICIONES PARA PODER CREAR EMPLEO DECENTE
La principal conclusión que se ha de sacar de esas enseñanzas es que donde hay que poner la principal atención para crear empleo o para combatir el desempleo no es en el mercado de trabajo y en sus instituciones sino en la naturaleza del entorno macroeconómico en donde se define la naturaleza de la actividad económica dominante, en donde se decide el reparto de la riqueza y, sobre todo, en donde se resuelve el poder de los diferentes grupos sociales que es del que depende su capacidad para influir en la economía.
Por tanto, para evitar que nuestra economía se siga caracterizando por su insuficiente capacidad para generar trabajo estable y decente y por su tendencia a crear empleo precario, temporal, mal pagado, e inseguro… lo que habría que cambiar son las lógicas que dominan ese entorno del que depende la actividad económica en donde se genera el empleo y que en realidad son bastante evidentes en nuestra opinión.
Hay que cambiar nuestra forma de producir y de competir en los mercados para recuperar la renta salarial y, por tanto, la demanda de la que dependen las empresas que crean empleo; hay que eliminar el privilegio que tienen la actividad especulativa y las rentas financieras que impiden que esas empresas dispongan de suficiente financiación, y hay que reequilibrar el poder de los diferentes grupos sociales. De todo lo cual nos ocupamos en los capítulos siguientes.
Ahora bien, el hecho de que pongamos el énfasis en estas condiciones del entorno del mercado de trabajo para favorecer
mejor la creación de empleo no significa, como dijimos antes, que sea indiferente el marco institucional en el que se desenvuelve ese mercado de trabajo. Todo lo contrario, creemos que es fundamental que funcione de forma adecuada y que en su seno se produzca un tipo de intercambio que sea lo más satisfactorio posible desde el punto de vista de la creación de empleo y del bienestar social, que incluye evidentemente posicionamiento ético y un requerimiento permanente de justicia.
Por eso entendemos que las reformas necesarias deben ir justamente en la línea contraria a la mercantilización exacerbada del trabajo que han ido buscando las de naturaleza neoliberal y que, desde el punto de vista de la creación de empleo suficiente y digno, han sido un verdadero fiasco histórico.
En nuestra opinión el horizonte al que debemos dirigirnos para poder crear empleo decente es el que permita crear un
medio ambiente a las empresas que desincentive su gestión mercantilizada del trabajo, cuyo ejemplo paradigmático es el de esas empresas que justo cuando obtienen miles de millones de beneficios se deshacen de más empleados. Es decir, que se fomente y facilite una gestión del empleo en función de la demanda social de bienes y servicios y de ingreso y no de la exigencia de rentabilidad privada.
Para ello creemos que, dentro de las actuaciones concretas en el marco singular de los mercados de trabajo orientadas a facilitar la creación de empleo, hay que incluir la urgente suspensión de las reformas laborales que se han llevado a cabo,
acabar con las normas que han institucionalizado la precariedad, adoptar medidas para combatir el trabajo informal y el de tiempo parcial no deseado o impuesto por razones de género por insuficiente impulso de las políticas de igualdad, incentivar el empleo indefinido, disminuir el tiempo de trabajo, establecer mecanismos de restitución social y penalización a las empresas innecesariamente destructoras de empleo, aumentar el salario mínimo y garantizar rentas mínimas, evitar la exclusión que sufren los llamados nuevos trabajadores pobres y reconocer y mejorar la ecología del trabajo.
El trabajo no puede ser únicamente un instrumento para conseguir los fondos con los cuales realizarse a uno mismo a través del consumo. El trabajo en sí es determinante de la calidad de vida de la ciudadanía, como muestran los estudios realizados sobre las causas de la longevidad de la población que confirman que la variable más importante para explicar los años de vida de una persona es su satisfacción con el trabajo realizado a lo largo de su vida. De ahí la gran importancia de que se creen puestos de trabajo que permitan desarrollar la enorme creatividad y la capacidad de goce que las personas tienen en su vida cotidiana. El hecho de que este potencial se inhiba mediante la mercantilización del trabajo muestra la necesidad de cambiar las relaciones de poder en nuestra sociedad, dando mayor poder y protagonismo a la población trabajadora en el diseño de su vida laboral.
1. Carlos Solchaga, El final de la edad dorada, Taurus, Madrid, 1996, p. 183.
2. Estos titulares se han recogido de El Diario de León (www.diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=53424), de El Diario de Córdoba (www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=412886) y de Euribor blog (www.euribor.com.es/2011/04/12/).
3. Los datos que siguen se encuentran en John Schmitt, Labor Market Policy in the Great Recession, Center for Economic and Policy Research, Washington DC, mayo de 2011.