FRANCISCO CASTEJÓN | DOCTOR EN FÍSICAS E INVESTIGADOR DEL CIEMAT
El sufrimiento de la población japonesa se ve agravado por los nuevos sucesos de Fukushima-Daiichi. Al riesgo de fusión completa de los reactores 2 y 3, al peligro de descontrol de la reacción nuclear, a la nube radiactiva que afecta a miles de personas, hay que sumar ahora los vertidos de agua contaminada al océano. Se trata del vertido voluntario de unas 11.500 toneladas de agua radiactiva y del vertido accidental de agua altamente radiactiva que ha durado más de 48 horas, a razón de unos 7.000 litros a la hora, y que procede del reactor número 2.
El vertido voluntario procede del enfriamiento de los reactores y está contaminado sobre todo por radionucleidos ligeros como iodo, que emitirá radiactividad durante unos 160 días, y de cesio, que será radiotóxico durante unos 120 años.
El vertido de estas 11.500 toneladas se produce para habilitar espacio destinado a almacenar líquidos aún más radiactivos como el agua que se ha estado fugando del reactor número 2. La fuga accidental, mucho más grave, se intentó controlar mediante la inyección de hormigón, sin éxito, y posteriormente con la inyección de polímetros absorbentes, también sin éxito. Finalmente se ha conseguido frenar mediante un compuesto de silicato sódico. La contaminación radiactiva de este agua es gigantesca. No está clara su procedencia, pero todo indica que ha debido estar en contacto con el núcleo o con el combustible gastado. Es la única forma de entender los altos niveles de contaminación que lleva. Si este agua ha arrastrado consigo compuestos procedentes del combustible gastado, la radiactividad podría persistir durante miles de años.
El vertido de las 11.500 toneladas cabe achacarlo a la falta de previsión de la empresa Tepco, que refrigeró los reactores con agua de mar sin haber habilitado suficiente espacio para almacenarla. Este agua debería haber sido tratada como un residuo radiactivo y guardarla como tal. Pero la falta de espacio obligó a la evacuación.
Los vertidos accidental y voluntario de agua radiactiva constituyen dos hechos muy graves que introducen una nueva variable en el que ya es el segundo accidente nuclear más grave de todos los tiempos.
La contaminación afectará a los ecosistemas marinos y es muy difícil evaluar sus efectos puesto que no existen precedentes de este tipo de contaminación.
Pero es claro que las sustancias radiactivas tendrán gran impacto en los ecosistemas marinos hasta que el agua se diluya lo suficiente para que los niveles de radiactividad sean admisibles.
La extensión de la contaminación dependerá de la distribución de las corrientes en la zona y va a afectar a grandes extensiones del fondo marino, probablemente a cientos de kilómetros cuadrados. A esto hay que añadir el hecho de que los peces se desplazarán extendiendo la radiactividad mucho más allá de la zona del escape. También son escasos los estudios del efecto de la radiactividad sobre los seres vivos no humanos, en particular, sobre los peces y las algas. Pero sí se conoce la gran capacidad de mutar de los peces, por lo que es seguro que la fauna y flora marinas se verán gravemente afectadas. No sabemos la superficie de estas zonas contaminadas, pero es posible que se extienda a cientos de kilómetros. Los mecanismos de difusión de la contaminación en el mar son muy poco conocidos y dependen desde luego de las corrientes, pero también de los movimientos de la fauna marina. Pero además hay que tener en cuenta el efecto de la acumulación de la contaminación en las cadenas tróficas. El adagio de el pez grande se come al chico, debería leerse más bien como el pez grande se come muchos peces chicos, cada uno con su aportación radiactiva, de tal forma que los individuos que se sitúan en las posiciones más altas de las cadenas tróficas son los que más radiactividad acumulan. Y, no hay que olvidarlo, el eslabón final de esa cadena es el ser humano.
La contaminación del océano y de los bancos pesqueros de la zona introduce una nueva variable en el accidente de Fukushima. Se desconoce cual será el alcance y los efectos de estos vertidos, aunque parece claro que impedirá el consumo del pescado procedente de Japón de forma normal. La contaminación fuerza una veda de la pesca en la zona por tiempo indefinido. Aún cuando se detecte en el futuro que la radiactividad ha caído, será necesario controlar el pescado capturado en esos bancos para ver si es apto para el consumo.
La catástrofe es doble. Por un lado afecta a la economía pesquera japonesa y, por otro, inflinge un daño aún desconocido a los ecosistemas marinos. El accidente de Fukushima está mostrando riesgos nuevos de la energía nuclear. Las nube radiactiva de Chernobil se desplazó por buena parte del mundo, en parte debido a las corrientes de aire, pero también debido al vuelo de las aves migratorias contaminadas. En Fukushima se va a aprender, pagando un alto precio, cómo se difunde la radiactividad en el medio marino. Los efectos son verdaderamente catastróficos y superan los temores de no pocos expertos. El problema es que muchas centrales nucleares en el mundo están cerca de la costa y el episodio de contaminación marítima añade una afección nueva a los efectos de los accidentes nucleares.
El tsunami que causó el accidente de Fukushima era improbable, pero finalmente ocurrió. Está claro que la industria nuclear no puede preverlo todo y que los sucesos extremos, aunque improbables, causan unos efectos tan catastróficos que lo más sensato es prescindir de esta energía lo antes posible.
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