HAY ALTERNATIVAS (Cap. III)

LO QUE HAY QUE SOLUCIONAR: AGENDA PARA UNA ECONOMÍA MÁS JUSTA Y EFICIENTE

Las causas de la crisis que hemos analizado en los dos capítulos anteriores nos muestran que no estamos ante una perturbación cualquiera porque, se mire por donde se mire, esta crisis es el resultado de defectos muy profundos, arraigados y extendidos en la economía y la sociedad capitalistas.

Y esto no lo decimos solamente los economistas más progresistas y críticos. Incluso tuvo que ser reconocido por los propios dirigentes conservadores cuando la crisis empezó a manifestarse con toda su crudeza. Quizá las declaraciones que se hicieron más famosas fueron las del presidente francés Sarkozy cuando reiteraba que la crisis obligaba nada más y nada menos que a «refundar el capitalismo», a «moralizarlo» o a instaurar «un nuevo orden», palabras hasta entonces más propias de personas de izquierdas que de líderes moderados y de derechas que no suelen caracterizarse por su animadversión hacia el capitalismo.

COMPROMISOS EN SACO ROTO
Pero no fue sólo Sarkozy. Las cumbres del G-20 de Washington de noviembre de 2008 y la de Londres de abril de 2009 reconocieron también claramente que la crisis afectaba a lo más profundo de las economías capitalistas y los líderes que se reunieron allí no escatimaron palabras rimbombantes para calificar la situación y decir al mundo que arreglarían el problema sin dilación. En el comunicado final de la de Londres dijeron que «nos enfrentamos al mayor reto para la economía mundial de la era contemporánea», reconocían que «los grandes fallos en el sector financiero y en la regulación y la supervisión financieras […] fueron causas fundamentales de la crisis» y que asumían un «compromiso inquebrantable de cooperar» para «hacer lo que sea necesario para restablecer la confianza, el crecimiento y el empleo, reparar el sistema financiero para restaurar el crédito, reforzar la regulación financiera para reconstruir la confianza, financiar y reformar nuestras instituciones financieras internacionales para superar esta crisis y evitar crisis futuras, fomentar el comercio y la inversión globales y rechazar el proteccionismo para apuntalar la prosperidad, y construir una recuperación inclusiva, ecológica y sostenible».

Sabían lo que había ocurrido, al menos en sus manifestaciones más importantes, y se atrevieron a decir al mundo que iban a hacer cualquier cosa para salir de la crisis de manera («inclusiva, verde y sostenible») que hubiera satisfecho incluso a los más radicales. Lo malo fue que no cumplieron su palabra y que al final sus propuestas de reforma se han quedado en casi nada.

Dos o tres años después de ese «compromiso inquebrantable» lo cierto es que el sistema financiero sigue actuando básicamente bajo los mismos principios. Se sigue permitiendo que se generen burbujas especulativas y que los bancos las alimenten desatendiendo la financiación a empresas y consumidores. Se ha dejado que financieros con los mismos pocos escrúpulos que los que difundieron las hipotecas basura ahora arruinen países enteros apostando especulativamente contra su deuda soberana (que ellos mismos provocaron).

Se han hecho algunos cambios de fachada pero los paraísos fiscales siguen actuando y la mayoría de los bancos y las grandes empresas (28 de las 35 más grandes españolas según un informe reciente) los utilizan para facilitar la evasión fiscal y los delitos económicos de sus clientes. Se han modificado las normas que regulan las exigencias de capital de los bancos en los llamados Acuerdos de Basilea pero de forma tan moderada y descafeinada que ni serán de aplicación rápida ni completa.

No sólo no se han tomado medidas efectivas para lograr la transparencia prometida o que eviten en el futuro nuevas recaídas de la banca internacional, sino que se han acordado normas que van por la vía contraria: por ejemplo, permitir que los bancos valoren en sus balances sus propiedades a precios de adquisición, mucho más altos, y no a los actuales de mercado, mucho más bajos, para así disimular sus pérdidas. O se han realizado pruebas de estrés bancario para saber si los bancos están o no en buena situación patrimonial, claramente manipuladas también para ocultar la realidad. Así lo demuestra el hecho de que los bancos irlandeses las pasaran con éxito en 2010 y semanas después hubiera que inyectarles 80.000 millones de euros porque resultó que estaban en la ruina.

Es verdad que gracias a los programas de gasto masivo de los gobiernos se pudo evitar un desastre y que se apreciaran los llamados «brotes verdes» pero, como analizamos anteriormente, durante muy poco tiempo y con fuerza tan escasa, sobre todo en Europa, que, en lugar de acabar de verdad con la crisis, lo que provocaron fue que detrás de ellos viniera el gravísimo problema de la deuda y la intervención de Estados soberanos.

MÁS DE LO MISMO Y EMPEORAMIENTO DE LA SITUACIÓN ECONÓMICA
La prueba de que no se han tomado las medidas adecuadas es que, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT),
el número de personas desempleadas en el mundo registró un récord histórico de 205 millones de desempleados al inicio de 2011, que haya aumentado también la pobreza o las personas que pasan hambre y que la actividad económica no se haya recuperado aún con suficiente consistencia como consecuencia de que las autoridades no han logrado lo principal: que fluya de nuevo el crédito para la creación de empleo y riqueza productiva. Aunque, por el contrario, lo que sí viene ocurriendo es que aumenta el número de personas con grandes fortunas, el de las que tienen al menos un millón de dólares subió el 8,3 por ciento hasta los 10,9 millones de personas en 2010, lo que significa que el 0,16 por ciento de la población mundial se apropia ya del equivalente al 66 por ciento de los ingresos mundiales anuales.

Hasta el propio Fondo Monetario Internacional ha reconocido que la crisis y las medidas que se están tomando están incrementando la desigualdad social en el mundo. Lo que, dicho de otra manera, significa simplemente que con la excusa
de salir de la crisis lo que en realidad ha conseguido es favorecer aún más a los propietarios del gran capital y a las clases más ricas.

Esto es igualmente evidente en España, en donde las reformas que se han adoptado no han logrado disminuir el paro ni mejorar el crédito ni aumentar la actividad pero sí aumentar el contraste entre las ganancias de los trabajadores y las de los bancos y de las grandes empresas.

Los beneficios de las 35 mayores empresas españolas que cotizan en Bolsa fueron de 51.613 millones de euros en 2010, lo
que supone una subida del 24,7 por ciento con respecto al año anterior, mientras que los salarios perdieron 2 puntos porcentuales de poder adquisitivo en ese mismo año, cuando sólo subieron alrededor del 1 por ciento frente al 3 por ciento de la tasa de inflación.

Así, mientras que los bancos y las grandes empresas logran esos beneficios elevadísimos, las pequeñas y medianas siguen
sufriendo la escasez de crédito y la exigencia de tipos y condiciones de garantía más elevada. Así lo señalaba a principios de 2011 un estudio de las Cámaras de Comercio al indicar que el 87,3 por ciento de las pequeñas y medianas empresas declaran problemas para acceder a la financiación.

En definitiva, los líderes mundiales no han aplicado ni a nivel global ni en sus respectivos países ni siquiera las medidas que se habían comprometido a poner en marcha. En lugar de ello rápidamente se limitaron a volver a aplicar las políticas
neoliberales de austeridad y recortes salariales que han procurado que aumenten los beneficios pero no el empleo ni la creación de riqueza. Y se ha podido comprobar, por ejemplo en el caso de Irlanda, que los países que han sido alumnos más aventajados a la hora de aplicar estas últimas han sido los que están sufriendo peores resultados en sus economías, mientras que los que optaron por separarse de la ortodoxia neoliberal han podido evitar con mayor facilidad las consecuencias de la crisis.

Por eso, frente a la impotencia, o la falta de voluntad, de las autoridades para resolver los auténticos problemas que han dado lugar a la crisis, es más urgente que nunca proponer y aplicar otras medidas y políticas alternativas que de verdad puedan hacernos salir de hoyo en el que se encuentran nuestras economías.

A nuestro juicio estas políticas deben estar encaminadas a hacer frente a cuatro cuestiones principales cuya resolución nos parece imprescindible para salir de la crisis.

La primera se refiere a la reforma profunda de las finanzas internacionales y de la actividad bancaria para garantizar que la creación de empleo y riqueza disponga de recursos y financiación suficientes.

La segunda se orienta a crear las condiciones que permitan volver a crear empleo de modo sostenible y decente, algo que
no va a ser posible manteniendo el modo de producir y de consumir que ha predominado hasta ahora.

La tercera se refiere a la imperiosa necesidad de poner fin a la causa última que provoca la crisis y que, como hemos señalado, no es otra que el impresionante incremento de la desigualdad en todas sus manifestaciones.

La última tiene que ver con un aspecto que igualmente tiene un papel fundamental como desencadenante de los problemas económicos que sufrimos en nuestra época: el necesario cambio de nuestra posición en el mundo de la economía, de nuestra cultura, de nuestros valores y de nuestros comportamientos personales.

A continuación abordaremos las cuestiones más generales que plantea todo ello y en los siguientes capítulos analizaremos las cuestiones más concretas.

REFORMAS FINANCIERAS PENDIENTES, REFORMAS INEVITABLES
Para salvaguardar los intereses de los bancos más poderosos del mundo las autoridades económicas nacionales y los grandes organismos internacionales evitan llevar a cabo reformas fundamentales en el sistema financiero y en el conjunto de la economía, y eso a pesar de que ellos mismos reconocieron algunas como inevitables. Aunque, eso sí, lo reconocieron cuando estaban asustados al inicio de la crisis, con los bancos sobre la lona como boxeadores completamente groguis, para olvidarlas cuando los banqueros empezaron a recuperarse y a retomar el poder de siempre.

Si se quieren evitar los problemas de inestabilidad y perturbaciones financieras constantes y poner fin a la permanente carencia de recursos financieros para crear la actividad que satisface las necesidades humanas, es imprescindible, a nuestro entender, llevar a cabo, al menos, reformas que persigan objetivos como los siguientes.

Someter a las finanzas
La primera de ellas es la orientada a someter a las finanzas y a los financieros a la legalidad y a principios de comportamiento semejantes a los que habitualmente se exigen al resto de las personas y empresas, de responsabilidad, transparencia, simetría, veracidad, etcétera.

La crisis que estamos viviendo es en realidad la historia de una serie de estafas cometidas por banqueros y entidades financieras en los últimos años que culminaron con la difusión masiva de un producto cargado de falsedad y riesgo estratégicamente disimulados.

Sólo en España se han producido casos como los de Gescartera, una trama política, financiera y eclesiástica, que hizo desaparecer más de 20.000 millones de euros, o el engaño sistemático de los bancos a miles de personas al incorporar cláusulas engañosas en sus contratos hipotecarios en forma de swaps, clips o diferentes formas de «seguros» que en realidad eran productos financieros opacos y muy arriesgados que finalmente les han hecho perder docenas de miles de euros. En muchos casos los propios directores de las sucursales reconocen que ni ellos mismos sabían la naturaleza real del arriesgado producto financiero que colocaban de cualquier manera a sus clientes.

Es de dominio público que casi cualquier sucursal bancaria se ofrecía en España a blanquear cualquier cantidad de dinero
a sus clientes, sobre todo si éstos eran adinerados, que los bancos han sido los principales cómplices de las personas que han evadido dinero a Hacienda y que la mayoría de ellos ha dispuesto y sigue disponiendo de sedes en paraísos fiscales para ello. Y las autoridades monetarias de todo el mundo son perfectamente conscientes de que los bancos llevan a cabo de forma habitual operaciones financieras que no aparecen en sus balances o que sirven de canal para que se realicen los negocios más sucios y deleznables de tráfico de armas, de drogas o de personas. Sin embargo, prácticamente nadie, salvo personajes de segunda fila y en los casos menores, ha pagado por ello.

Esta forma de actuar y la impunidad que suele acompañarla constituyen, además, un problema que no es sólo financiero o económico, sino también político y social puesto que los financieros que ganan cada vez más dinero rápida y fácilmente de esa forma adquieren a su vez un poder extraordinario al margen de los gobiernos y de los demás poderes representativos, y así logran una capacidad completamente antidemocrática de decidir y de imponer su voluntad al resto de los ciudadanos.

Acabar con la desnaturalización del negocio bancario
Para evitar que las fuentes de inestabilidad financiera crezcan sin parar haciendo saltar constantemente las bases de toda la economía mundial, como viene sucediendo en los últimos años, es también inevitable poner fin a la actuación de los bancos y del sistema financiero en general como mecanismos a través de los cuales se canaliza el ahorro hacia la actividad especulativa y como creadores artificiales de una deuda que está a punto de hacer que se colapse la economía mundial.

Y no basta, como la experiencia ha demostrado, con aumentar tímidamente sus exigencias de capital, es decir, con elevar un poco la cobertura real de las operaciones de naturaleza ficticia que han convertido en su negocio principal, tal y como se ha hecho en la revisión de los acuerdos de Basilea que regulan el funcionamiento de la banca internacional 1.

Hay que ir mucho más lejos. Se trata de acabar con la situación absurda a la que ha llevado el capitalismo convertido en un casino financiero de nuestros días. Cada día hay más recursos circulando en torno a operaciones financieras ficticias (actualmente 4 billones de dólares diarios sólo en los mercados de divisas según el Banco Internacional de Pagos) que no aportan riqueza material alguna, sino sólo cifras más abultadas en las cuentas bancarias de los grandes financieros. Y, mientras tanto, la actividad productiva, los empresarios y los emprendedores, los trabajadores autónomos, los consumidores y los organismos y las organizaciones internacionales que luchan contra la pobreza y el hambre tienen restricciones de crédito para poder generar bienes y servicios que satisfagan las necesidades humanas.

¿De qué sirve, por ejemplo, que haya cada vez menos bancos y cada vez más grandes bancos globales que operan en decenas de países y que usan sus beneficios multimillonarios para comprar nuevos bancos si a la hora de poner en marcha los pequeños o medianos negocios, que son los que crean empleo, es cada vez más difícil y más caro disponer de la financiación necesaria?

En el capítulo VII comentaremos con más detalle las medidas concretas que se pueden adoptar para avanzar en este camino, que es fundamental, puesto que mientras no se aborde será imposible que se recobre el necesario flujo de crédito a la economía real y que no vuelvan a darse nuevas crisis como la actual.

Poner fin al terrorismo financiero
Casi todas las crisis financieras que se han producido en los últimos cuarenta años han estado ligadas, o han terminado por estarlo, con ataques de fondos financieros contra intereses nacionales, contra monedas o contra la deuda soberana de los países.

Eso es justamente lo que está ocurriendo hoy día en Europa, porque se ha dejado, como ha ocurrido antes en otros lugares del mundo, que grandes bancos y fondos financieros, mediante rumores que ellos mismos extienden o con la complicidad criminal de las agencias de calificación, generen las condiciones que les permiten ganar más dinero especulando contra la deuda de los Estados.

De esa manera la encarecen artificialmente y además utilizan para ello los recursos que deberían usar para financiar a empresas y consumidores, y así provocan un verdadero caos económico de terribles consecuencias, sobre todo para la población, a quien luego los propios especuladores impone las políticas que les convienen para seguir ganando dinero sin
cesar.

Es preciso evitar esta forma de terrorismo o de «crímenes económicos contra la humanidad» 2. Existen fórmulas para ello y sabemos, además, que han funcionado en otras épocas. E incluso organismos tan apegados a los poderes financieros como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial han tenido que reconocer, aunque haya sido con la boca pequeña, que estarían justificadas y que si se adoptaran en momentos de gravedad evitarían daños muy graves, como los que viene sufriendo la economía desde hace tiempo. Entre ellas, las que nos parecen más importantes y urgentes son las siguientes:

1. Control de los movimientos de capital para evitar que su volatilidad desmedida cuando sólo persiguen fines especulativos se traslade al conjunto de la financiación y de la economía.
2. Establecimiento de impuestos y tasas internacionales, por supuesto sobre los movimientos especulativos para desincentivarlos y obtener financiación urgente para financiar el desarrollo, pero también sobre el conjunto de las actividades económicas puesto que si la economía es global debe serlo también la justicia fiscal.
3. Prohibición del uso como instrumento especulativo de los llamados derivados de incumplimiento crediticio o credit default swaps (CDS), que con toda razón fueron calificados por el financiero Warren Buffet como «armas financieras de destrucción masiva». Se trata de unos productos financieros muy sofisticados que se asimilan a los seguros pero que en realidad no lo son porque se establecen sobre algo que no es propiedad del asegurado y por eso producen resultados catastróficos: si por ejemplo alguien va a cobrar mediante este seguro en caso de que arda la casa del vecino, no sólo no le va a importar que arda sino que incluso puede interesarle hacer lo posible para que se incendie cuanto antes.
4. Control de la actuación de los financieros que a su vez controlan los mercados de derivados (que supone unos 700 billones de dólares) y los hedge funds. Algo que no es difícil si se tiene en cuenta que el 80 por ciento de estos últimos está radicado en la City de Londres y que el mercado de los primeros está controlado, según The New York Times, por una élite que se reúne el tercer miércoles de cada mes en algún lugar del Midtown de Manhattan que, aunque sea secreto, no debe resultar muy difícil para las autoridades dar con él 3.

5. La separación de la banca comercial, es decir, la que se dedica a financiar la actividad económica, de la que se dedica a llevar a cabo inversiones financieras y, como veremos, poner fin al privilegio que tiene la banca privada de crear dinero y, por tanto, de obtener beneficio y poder cada vez que concede un préstamo.

Vigilar a los vigilantes
Como hemos señalado, gran parte de los problemas que viene sufriendo la economía internacional, y la española en particular, se debe a que los vigilantes no vigilaron con la debida diligencia. Por torpeza, por ceguera ideológica o por simple complicidad con los banqueros privados, los bancos centrales y los gobiernos han dejado hacer de todo durante estos años.

Significativamente, a medida que los negocios financieros se iban haciendo más complejos y poco transparentes, y por tanto más peligrosos, las autoridades han relajado la vigilancia en lugar de reforzarla. En Europa, por ejemplo, ya se regula y controla a nivel comunitario casi cualquier tipo de actividad por secundaria que sea y, sin embargo, en lugar de haber dispuesto de una única y potente supervisión financiera se ha permitido que hubiera ¡27 supervisores bancarios!, justamente lo que conviene a entidades que, como casi todas las de hoy día, operan en varios países y así pueden aprovecharse de los distintos criterios de supervisión.

El Banco Central Europeo fue incapaz de prevenir la crisis, tomó las primeras medidas con retraso, dio señales contradictorias, ha impuesto medidas de austeridad que han paralizado la salida de la crisis y se empeñó en no intervenir hasta que era demasiado tarde y ya era casi imposible evitar los daños provocados por los ataques especulativos a Grecia, Irlanda, Portugal o España y ha hecho que los costes de la crisis ahora resulten dramáticos para estos países.

Puede decirse con pleno fundamento que el Banco Central Europeo es responsable de que las consecuencias de la crisis sobre la población y en general sobre la economía europea hayan sido especialmente graves y de que los especuladores hayan realizado primero una extorsión y luego un verdadero saqueo de esos países.

Con toda la razón, el premio Nobel de Economía Paul A. Samuelson escribía en uno de sus últimos artículos que «las bancarrotas y las ciénagas macroeconómicas que sufre hoy el mundo tienen relación directa con los chanchullos de ingeniería financiera que el aparato oficial aprobó e incluso estimuló durante la era de Bush»4.

En nuestro país ha ocurrido prácticamente lo mismo. El presidente Aznar afirmaba que «España va bien» cuando se estaba gestando la mayor burbuja inmobiliaria de nuestra historia gracias a las medidas que tomaba su gobierno; el gobernador del Banco de España no hacía caso alguno, como indicamos antes, a las advertencias de sus inspectores sobre el endeudamiento gigantesco que promovían irresponsablemente los bancos españoles, y el presidente Zapatero se empecinó en afirmar durante meses que no había crisis alguna y así perdió un tiempo precioso y favoreció al mismo tiempo que los banqueros levantaran cabeza y se recuperaran 5.

Y, aunque también gracias a la influencia que la banca tiene en los medios de comunicación se ha conseguido hacer creer a la población que el Banco de España ha actuado con gran acierto frente a la crisis, lo cierto es que, como explicamos en el capítulo anterior, esa opinión no tiene mucho fundamento. A pesar de disponer de grandes recursos materiales y personales no sepercató del peligro que se cernía sobre la economía española. En el Informe Anual de 2007 (escrito a mediados de 2008) todavía se refería a lo ocurrido en el año analizado como un «episodio de inestabilidad financiera», y un año antes no advirtió nada especialmente peligroso. En su página 25 se escribía que «en los primeros meses de 2007 ha proseguido la fase de expansión de la economía española y las perspectivas apuntan a su continuidad en el horizonte más inmediato» y sólo señalaba «algunas incertidumbres sobre la continuidad del crecimiento de la economía» pero «en horizontes más alejados».

Los que se consideran a sí mismos los economistas capaces de decir a la sociedad lo que debe hacer, los que dicen que ahora hay que recortar salarios y pensiones porque presumen de que saben lo que va a pasar dentro de cincuenta años, resulta que no se dieron cuenta de la crisis que se nos venía encima cuando ya casi todo el mundo la sentía sobre sus espaldas.

En nuestra opinión todos estos comportamientos indican que para salir de la crisis es preciso también un cambio radical en el estatuto que tienen las autoridades monetarias y establecer un control social mucho más directo y auténtico sobre la clase política y sobre los poderes públicos, como la magistratura (que en tantas ocasiones ha sido aliada del poder financiero), para evitar que las finanzas se conviertan en un auténtico territorio sin ley. Es decir, para salir de la crisis hace falta también mucha más democracia, democracia real, como veremos en el capítulo IX.

LOS NECESARIOS CAMBIOS ESTRUCTURALES
La causa más inmediata de la crisis es, tal y como hemos señalado, la falta de financiación a empresas y consumidores. Por tanto, es cierto que si no se garantiza que vuelva a fluir será imposible que se salga de la crisis con suficiente seguridad y fortaleza, tal y como estamos viendo que ocurre claramente en España.

Pero lo grave de esta crisis es que esta primera e inmediata condición no es suficiente para salir adelante, en ningún lugar del mundo pero de un modo especial en nuestro país. Si se consiguiera que hubiera financiación suficiente pero se dirigiera al mismo tipo de actividad productiva y para llevarla a cabo de la misma forma y con el mismo uso que hasta ahora, los problemas estructurales que han coadyuvado a que la crisis se produzca volverán a aparecer y de nuevo nos encontraríamos en una situación insostenible desde el punto de vista económico, ambiental y social.

Como vimos en el capítulo anterior, la crisis singularmente grave de España, sobre todo desde el punto de vista del empleo, es el resultado de la combinación de varios factores de perturbación que tienen su origen en la prevalencia de un modelo de crecimiento que provoca la insuficiencia estructural de recursos endógenos, la utilización demasiado intensiva de recursos naturales y gran desigualdad y endeudamiento. Tres circunstancias que a medio, e incluso a corto plazo, son insostenibles y, por tanto, incapaces de soportar la generación de la actividad y el empleo a lo largo del tiempo. Si queremos salir de la crisis con más empleo y bienestar social, debemos empezar a sostener la actividad económica en otro tipo de actividades caracterizadas por un uso diferente, más equitativo, racional y sostenible de los recursos materiales, humanos y naturales.

Nuevas actividades productivas
Nos guste o no, es completamente imposible que España vuelva a recobrar los niveles de crecimiento y empleo de años anteriores basándose de nuevo en actividades vinculadas a la construcción, tanto en el sector inmobiliario como en el de
infraestructuras de carácter tan claramente antieconómico y antisocial como los trenes de alta velocidad, las autovías o incluso los transportes de metro de la mayoría de las ciudades, concebidos y diseñados casi en exclusiva para proporcionar beneficio a sus constructores.

Por tanto, es imprescindible orientar los recursos a la generación de otro tipo de actividades de las que hoy día son capaces de generar mayor valor añadido y, al mismo tiempo, empleo, como, entre otras, las que tienen que ver con las energías renovables, con la innovación y las nuevas tecnologías, con la cultura, el ocio y la creación, con el reciclaje y el medio ambiente, con la agricultura, con los servicios sociales y los cuidados y, siempre, con las que permiten la producción más directa y descentralizada de los bienes y servicios que necesita la población o un componente más humano y cercano de conocimiento, habilidades personales o materiales y formación.

El problema para el desarrollo de esta nueva gama de actividades es que no hacen falta solamente muchos recursos financieros y humanos e incentivos potentes para promocionarlas y ponerlas en marcha. También se necesitan mercados, sinergias productivas y sectoriales, es decir, interrelaciones y apoyos de unas actividades con otras, experiencia, transportes adecuados, conocimientos previos para diseñarlas y materializarlas, empresas y organizaciones adecuadas para crearlas y desarrollarlas. Y, por supuesto, demanda solvente, no sólo con ingresos suficientes sino con preferencia hacia este tipo de nuevas actividades. Es decir, necesitan en realidad un nuevo tipo de sociedad, lo que nos enfrenta a una gran disyuntiva: cambiar es difícil pero continuar por el mismo camino es sencillamente suicida.

El difícil cambio de modelo
España se enfrenta a esta exigencia de cambio con tres grandes dificultades. La primera que, salvo en casos singulares, carece de casi todos esos requerimientos, al menos con la dotación o la generalidad necesarias.

Esta insuficiencia impide que el proceso de cambio productivo pueda ser solamente el resultado de fuerzas anónimas o impersonales de mercado. Se trata de una carencia más bien de capital social que de capital físico o financiero, en el sentido de que lo que se necesita es un tipo específico de contribución a la creación de renta nacional y de interrelación entre los sujetos económicos más que «dinero» o recursos materiales. Y, por esa razón, sólo puede ser el final de un proyecto social compartido, negociado, prediseñado y combatido porque, lógicamente, habría de enfrentarse a los intereses económicos y financieros que apuestan por un modo de entender la economía que lleve simplemente a la ganancia privada y de la forma más rápida y segura. Por eso un cambio como éste no es posible sin una presencia muy importante de los poderes públicos (en el sentido más estricto y radicalmente democrático de la expresión) como reflejo de las preferencias sociales y como garantía de que éstas se respetan a la hora de tomar decisiones. Y por eso es fundamental oponerse a la estrategia de debilitar el sector y la iniciativa pública que promueven los intereses que sólo buscan el beneficio. Lejos de ello, hay que fortalecerlos no sólo económicamente incrementando el gasto público, sino también políticamente, reforzando sus competencias y ampliando la forma en que la ciudadanía puede formar parte de ellos.

La segunda dificultad proviene de que España tiene hoy día la mayoría de sus recursos, una gran parte de su inteligencia colectiva, las grandes organizaciones y las empresas necesarias para servir de base a nuevas actividades (en energía, telecomunicaciones, transportes, distribución y finanzas, sobre todo), su sistema formativo y las actividades hasta ahora más capaces de generar ingresos vinculados a intereses foráneos como resultado de las privatizaciones ya llevadas a cabo y de la compra masiva de empresas y grupos de empresas españolas por capital extranjero.

Esto plantea la necesidad de poner sobre la mesa algo sobre lo que muy pocos quieren o se atreven a hablar pero que es crucial para el futuro de la economía española: la recuperación para la sociedad de las empresas que fueron privatizadas inútilmente, siguiendo simples criterios ideológicos neoliberales que sólo buscan beneficiar a grupos e intereses privados, y produciendo un perjuicio gravísimo, del que algún día tendrían que responder sus responsables políticos a la ciudadanía española.

A nuestro juicio será prácticamente imposible que España pueda corregir su rumbo económico y que pueda salir de la crisis sin sufrir durante muchos años sus consecuencias si no se devuelven al Estado estas empresas privatizadas y creemos firmemente que luchar por recobrarlas debe ser un objetivo patriótico al que no podemos renunciar para poder levantar nuestra economía y hacerla descansar sobre bases mucho más sólidas y equitativas.

La tercera dificultad es que una estrategia de esta naturaleza es contraria, como comentaremos en otros capítulos, a las dinámicas neoliberales dominantes en la Unión Europea y, sobre todo, a la idea según la cual lo que deben buscar las economías nacionales es ser competitivas en el exterior aunque eso, como veremos más adelante, lleve a un deterioro aún mayor de la demanda interna y al empobrecimiento generalizado.

En nuestra opinión la tendencia debe ser la contraria. No ha habido a lo largo de la historia economías que hayan llegado a ser competitivas de un modo sostenido y auténtico sin haber consolidado antes el más amplio posible y potente mercado interno. Tratar de ocupar posiciones de fortaleza en los mercados internacionales sin asegurar con anterioridad una fuente de ingresos endógenos potentes es completamente inviable, salvo que se trate de un país de dimensiones o recursos excepcionales, como pueda ser China en estos momentos.

Por eso creemos que la única estrategia capaz de lograr el cambio de modelo productivo del que casi todos los grupos políticos y sociales hablan no puede ser, como casi todos dicen, la de volcarse sin red (es decir, reduciendo nuestros salarios) en el exterior, sino la que consiga que la economía española dé la vuelta para concentrarse en sí misma, algo que de ninguna manera implica una tentación autárquica o aislacionista. Simplemente significa que se ha de anteponer a cualquier otro objetivo el de la satisfacción de la población, el del equilibrio territorial, sectorial y personal y, para que ello sea posible, el de distribuir de modo mucho más equitativo el ingreso y la riqueza.

La economía de la igualdad
Ya hemos comentado que la causa última que está detrás de la hipertrofia de las actividades financieras especulativas es la enorme desigualdad que se ha ido produciendo en los últimos cuarenta años. La continua pérdida de peso de los salarios y la concentración de las rentas en una proporción cada vez más pequeña de la población es lo que ha permitido, por un lado, que creciera el negocio bancario y, por tanto, el poder político de los banqueros como consecuencia del inevitable mayor endeudamiento que sufren principalmente las familias, los trabajadores autónomos y los pequeños y medianos empresarios. Y, por otro, que se acumulara una cantidad tan grande de dinero ocioso, que no dirige al consumo de bienes y servicios sino sólo a la inversión ficticia en papel y productos financieros muy rentables pero de alto riesgo.

Como comentaremos con más detalle a la hora de hacer propuestas más concretas en otros capítulos, reducir la desigualdad no es sólo una cuestión de deseo moral, que ya de por sí es importante. Además es la forma de hacer que las economías, incluso las capitalistas, funcionen mejor puesto que la distribución más igualitaria proporciona ingresos más repartidos que se destinan en mayor medida a la adquisición de bienes y servicios, lo que proporciona mayor oportunidad de ventas y, por tanto, de beneficios a las empresas. Cuanto más concentrada esté la renta, menor será el volumen de producción necesario para satisfacer la demanda de consumo (que en el capitalismo sólo puede realizar quien tenga dinero) y el número de empresas necesarias para realizarla.

Los datos, como ya mencionamos, no dejan la menor duda sobre este asunto. En 1976 el 1 por ciento más rico de Estados
Unidos recibía el 9 por ciento de los ingresos brutos y en los años de gobierno de Bush recibía el 20 por ciento de los ingresos brutos, apropiándose del 75 por ciento de la riqueza generada 6.

Además este incremento de la desigualdad no se manifiesta solamente en la concentración tan exagerada de la renta que se canaliza hacia los mercados financieros sino que tiene una manifestación multidimensional que afecta de forma negativa a todos los aspectos de la vida social.

Por eso la única forma de salir con certeza de la crisis y de evitar que otras más graves vuelvan a producirse con mayor fuerza de las que se vienen produciendo, y, por supuesto, la mejor y más auténtica vía para avanzar hacia una sociedad más justa y humana, es combatir la desigualdad en todas sus manifestaciones.

Desde el punto de vista económico eso implica actuar de forma inevitablemente complementaria en dos frentes.

Por un lado, en los procesos en donde se originan los ingresos, es decir, en la retribución por el uso del trabajo y del capital del que disponga cada uno.

Por otro, en el campo de la llamada redistribución de la renta, que es la que lleva cabo el Estado a través de su gasto público (mediante pensiones, servicios públicos, ayudas, becas, subvenciones, etcétera) o de los impuestos para tratar de corregir la distribución «originaria» anterior.

La actuación debe ser complementaria en ambos campos porque si la distribución originaria es muy desigual será muy costoso reducirla, no sólo financieramente sino también políticamente porque los más beneficiados adquirirán de esa forma mucho poder y podrán evitar que se tomen medidas correctoras. Y además porque, aunque la distribución originaria sea más o menos igualitaria, siempre habrá circunstancias personales, accidentales o no deseadas que requieran la acción correctora o paliativa del Estado.

Lograr que en los mercados de factores productivos, donde se retribuye al trabajo y al capital, se produzca una distribución más igualitaria no es fácil y la experiencia nos dice que resulta casi imposible si se deja que los trabajadores que intervienen no tengan protección alguna, por la sencilla razón de que parten de una posición muy desigual a la hora de negociar.

Los factores que desprotegen a los trabajadores y que los llevan a tener que aceptar condiciones salariales o retributivas más desfavorables (disminuyendo tanto su salario individual como su salario colectivo, protección social), y por tanto los que aumentan la desigualdad originaria, son muy variados y no sólo económicos: escasa presencia de sindicatos, negociación «uno a uno» o poco centralizada, desempleo abundante, falta de formación, carencia de normas o leyes laborales que fijen derechos laborales, etcétera. Todos ellos dejan más solos a los trabajadores frente a sus empleadores y, por tanto, hace que éstos dispongan de mayor poder para imponerles peores condiciones de salario y trabajo.

Lo que precisamente ha ocurrido en los últimos años es que los propietarios del gran capital han logrado imponer a través de políticas y reformas legales estas circunstancias que son las que han hecho que disminuyan los salarios en el conjunto de las rentas, la participación de los trabajadores en el reparto de la tarta y que, en consecuencia, aumente la desigualdad. Y lo que a corto plazo resulta, por tanto, imprescindible es invertir esta tendencia para lograr una distribución de los ingresos más equitativa porque sólo de esa forma se va a poder conseguir que se amplíe la demanda solvente, lo que, en las condiciones de economías capitalistas de mercado en las que nos encontramos, se necesita para que se puedan producir más bienes y servicios.

Nuestra propuesta en este sentido es que para salir de la crisis y poder poner en marcha el cambio en el modelo productivo, que no afecta solamente al tipo de actividad económica a llevar a cabo sino también al tipo de uso que se haga de los factores productivos, se hace imprescindible un gran pacto nacional de rentas orientado a garantizar, como comentaremos más concretamente en el capítulo VI, una participación más elevada de los salarios en la renta nacional, única forma de sostener la demanda interna, de fortalecer el mercado, de evitar la deriva especulativa y de garantizar, por tanto, el cambio hacia el modelo productivo al que hemos hecho referencia con anterioridad.

Para lograr un objetivo de esa naturaleza hay que tener en primer lugar preferencia (social) y voluntad (política) para alcanzarlo. La primera se crea mediante estímulos, incentivos, cultura y, sobre todo, garantizando y promoviendo el debate social democrático. La segunda es el resultado del pulso que constantemente echan entre sí los diferentes grupos sociales.

Pero, además de ello, se necesitan instrumentos, medidas de actuación.

Entre las más importantes de las relativas a las rentas originarias se encuentran, por encima de cualquier otra, establecer
las condiciones que permitan la generación de empleo decente y estable, que analizamos en el siguiente capítulo, y otras como la política de salarios mínimos, el fomento del empleo indefinido, la negociación de las ganancias de productividad, la participación de los trabajadores en las empresas, las políticas de igualdad y las medidas de responsabilidad y corresponsabilidad en su seno, la promoción de nuevas formas de propiedad cooperativa y social. Y en relación con la redistribución de la renta, tal y como veremos en los capítulos siguientes, es imprescindible recuperar el valor y el aprecio a los impuestos como instrumento de cohesión social, la generación de capital social suficiente y crear un modo de producir y de consumir que no sea a la postre depredador de los recursos que utiliza y de los ecosistemas en los que actúa.

OTRA ECONOMÍA, OTRAS RELACIONES SOCIALES, OTROS SERES HUMANOS
No podemos soslayar el hecho fundamental de que los problemas que estamos viviendo son en realidad un momento de una crisis que va mucho más allá de lo puramente financiero o económico. Los acontecimientos que se han producido, la quiebra de instituciones gigantescas; el sometimiento del planeta, de cientos de millones de personas ante los designios de unos pocos inversores ocultos ante la máscara de «los mercados», como si en realidad no fueran nada ni nadie, sino una especie de fuerza impersonal y aséptica; la ignominia que supone que entidades bancarias (también personas normales y corrientes sabiendo o no lo que hacen) inviertan para lograr que suban los precios de los productos alimenticios (como antes hacían con las viviendas), lo que da lugar a que mueran de hambre docenas de millones de personas; el engaño civil que supone la puesta en marcha de reformas laborales, de las pensiones o de los servicios públicos a sabiendas de que lo que van a conseguir no es lo que se le dice a la población sino el mayor beneficio de unos pocos; la destrucción del planeta, la indiferencia ante su degradación o ante la generalización de un modo de producir que genera más desechos que bienes; la generalización de situaciones de exclusión y de discriminación que son realmente las que permiten la sumisión necesaria para que todo esto pueda darse… Todo ello, la mitificación del dinero, la universalización de lo mercantil que lleva a que todas las dimensiones de nuestra vida humana se hayan puesto en venta, la avaricia descontrolada, el cultivo del egoísmo y el fomento de la desinformación o la constante manipulación de las conciencias, nos indica que si todo lo que hemos comentado se ha podido producir es porque alguien con demasiado poder ha logrado poner el mundo «patas arriba», invertir los valores y las prioridades y llevarnos a los seres humanos por un camino que no es el que nos permite alcanzar plenitud como tales y que no es otro que aquel en el que predomina la cooperación y no la competencia agresiva, la solidaridad y no el combate, la paz y no la violencia.

Por eso en la nueva agenda que debemos abrir para tratar de salir con más bienestar de la situación en la que estamos debemos incluir, como haremos en el penúltimo capítulo, una estrategia apropiada que nos permita ir cambiando de rumbo y encaminarnos hacia horizontes de mayor humanidad y armonía con la naturaleza.

1. Un análisis de las nuevas medidas de regulación que se han adoptado, incluidas las de Basilea, en Juan Torres López, La crisis de las hipotecas basura…., op. cit., p. 138 y siguiente

2. Lourdes Benería y Carmen Sarasúa, «Crímenes económicos contra la humanidad», El País, 29-III-2011.

3. Según este diario «los miembros de esta élite de Wall Street se reúnen el tercer miércoles de cada mes en el Midtown de Manhattan y comparten un objetivo común: proteger los intereses de los grandes bancos en el mercado de derivados, uno de los ámbitos más lucrativos y controvertidos de las finanzas, que tienen un secreto común: los detalles de esos encuentros y sus identidades han sido estrictamente confidenciales». «A Secretive Banking Elite Rules Trading in Derivatives», The New York Times, 11-XII-2010.

4. Paul. A. Samuelson, «Bush y las actuales tormentas financieras», El País, 28-
I-2008.
5. Una estrategia que ha resultado nefasta para él y para su formación política. Curiosamente, al principio de la crisis los ciudadanos respondían de forma mayoritaria en las encuestas que la responsable de la crisis era la banca. Poco a poco la influencia de la banca en los medios de comunicación fue decisiva y la opinión predominante en las encuestas terminó siendo que el responsable era Zapatero.

6. David DeGraw, «The Economic Elite vs. People of the USA», Ampedstatus Report 2010.


HAY ALTERNATIVAS (Cap. II)

 LAS SINGULARIDADES DE LA CRISIS ESPAÑOLA

Como ya hemos dicho, para afrontar con éxito un problema económico, como cualquier otro social o personal, es fundamental conocer bien sus causas, los factores que lo han provocado. Por eso también es fundamental conocer los factores singulares que han hecho que la crisis tenga en España un perfil algo distinto y que se haya manifestado aquí con más gravedad que en otros países  de nuestro entorno.
Evidentemente, la crisis que está viviendo la economía española es fruto directo de la crisis financiera internacional. Si ésta no se hubiera producido, nuestra economía no habría llegado a estar en la situación tan delicada en la que se encuentra. Pero, aunque es verdad que nuestra crisis viene de la mano de la internacional, también es cierto que en España había unas condiciones económicas previas muy singulares que han hecho que su efecto haya sido especialmente grave y dañino.

LAS COINCIDENCIAS Y NUESTRAS PARTICULARIDADES
En España se ha dado en los últimos treinta años el mismo proceso de transformación estructural y se han aplicado las mismas recetas neoliberales que en el resto del mundo tal y como hemos explicado en el capítulo anterior. Pero nuestra singularidad es que éstas se han producido, como todos sabemos, en el contexto de un proceso de transición de la dictadura a la democracia que ha matizado, tanto en términos positivos como negativos, los efectos de ese proceso.
El también crecimiento excesivo de la actividad financiera que ha terminado provocando la crisis bancaria se ha producido en nuestro país en los últimos tiempos, pero se ha manifestado con alguna particularidad porque ha coincidido con tres circunstancias particulares:
− Una impresionante burbuja inmobiliaria.
− Un endeudamiento previo y una insuficiencia de ahorro nacional especialmente grandes.
− Una supervisión de las instituciones financieras en cierto modo diferente a las del resto de los países como consecuencia de que ya habían sufrido una crisis muy devastadora años antes.
A continuación analizaremos los efectos que ha provocado el hecho de que España, también en materia de crisis económica, haya sido diferente.

La herencia del franquismo en nuestra economía

El proceso de transformación estructural del neoliberalismo que hemos explicado en el capítulo anterior ha coincidido en España con la salida de la dictadura franquista y con la consolidación de un régimen democrático que no siempre ha podido liberarse por completo de su herencia y eso ha dado a ese proceso un carácter singular debido a los siguientes factores principales.

Debilidad de las clases trabajadoras

La transición, que no fue modélica, se hizo realmente en términos muy favorables a las fuerzas conservadoras que controlaban los aparatos del Estado dictatorial y gran parte de los medios de información y persuasión. La presión popular y muy en especial la agitación social de las clases trabajadoras (el número de huelgas políticas en el periodo 1974-1978 fue el más alto en términos proporcionales de las que hubo en Europa durante los mismos años) fueron responsables del fin de la dictadura; aunque el dictador murió en la cama, la dictadura murió en la calle. Pero aquella agitación social no fue suficiente para forzar una ruptura con el estado anterior, lo que permitió que las derechas de escasa tradición democrática mantuvieran su enorme poder y provocó la debilidad, dentro del Estado, de las fuerzas democráticas y muy en especial de la izquierda (las cuales acababan de salir de la clandestinidad y muchos de sus dirigentes, de las cárceles).
El sindicalismo fue un factor importantísimo en la recuperación de la democracia, pero el dominio conservador en el Estado ha limitado en gran medida su influencia. Una situación que ha sido también acentuada por su división en distintos sindicatos que se han estado basando históricamente en varias tradiciones políticas, división que les ha debilitado frente a unas fuerzas conservadoras, que tanto en el centro como en la periferia han sido siempre muy conscientes de sus intereses de clases actuando de manera unitaria.

Desmesurada influencia política de los grandes grupos empresariales y financieros

Los grandes representantes de los intereses empresariales más poderosos han mantenido gran parte de los mecanismos de protección nacidos en el franquismo, que en realidad fue un régimen orientado a proteger de forma constante al gran empresariado y a la banca mediante su permanente presencia en el poder político 1.
Así, todavía a finales de 2006 sólo una veintena de grandes familias eran propietarias del 20,14 por ciento del capital de las empresas del Ibex-35 y una pequeña élite de 1.400 personas, que representan el 0,0035 por ciento de la población española, controlaba recursos que equivalen al 80,5 por ciento del PIB.
Esta estructura muy oligarquizada 2 de la sociedad y la economía españolas ha sido determinante, como se comentará enseguida, para provocar la burbuja inmobiliaria y el extraordinario endeudamiento que se encuentra en el origen de la crisis que afecta a la economía española.

Instituciones y mercados muy imperfectos
La dictadura nos dejó instituciones tan decisivas como el mercado de trabajo, el sector financiero o el sistema fiscal muy débiles y mal conformadas y no ha sido fácil acomodarlas a la democracia y a la modernidad.
En el mercado laboral ha habido una dureza en las iniciativas empresariales, resultado de una gran patronal acostumbrada a tener una prepotencia que heredó del régimen anterior con escasa adaptabilidad a las exigencias de una economía basada en la cooperación y la colaboración de los agentes sociales. Temas hoy aceptados en los mercados laborales europeos como, por ejemplo, cogestión empresarial, han sido desechados como impracticables. Y la solución del elevado desempleo ha sido siempre, por parte de la gran patronal, facilitar el despido, lo cual ha creado resistencias comprensibles del movimiento sindical.
En el sector financiero ha prevalecido una articulación excesivamente protegida y privilegiada que ha permitido que la banca mantenga un poder y una influencia sobre el conjunto de la economía y las instituciones muy desproporcionado en comparación con el de los países de nuestro entorno.
Finalmente, y a pesar de las reformas de los inicios de la democracia, el sistema fiscal no ha podido quitarse de encima el histórico rechazo de las clases pudientes españolas hacia los impuestos, lo que ha dado lugar a que el sistema haya evolucionado hacia la regresividad y la insuficiencia justo cuando más necesario hubiera sido alcanzar dosis elevadas de equidad, eficiencia y suficiencia.

Déficit social 3
Otra herencia del franquismo fue la escasa dotación de recursos para la protección social y la gran debilidad de las estructuras del bienestar colectivo. Aunque los pactos de la transición y el relativamente rápido acceso al gobierno del partido socialista permitieron ampliar estructuras de bienestar de gran alcance, en ningún momento han dispuesto de la financiación que hubiera sido necesaria para garantizarles su consolidación. Y esta insuficiencia es la que provoca la idea tan generalizada de que nuestro sistema de servicios públicos funciona mal y que hay que revisarlo.
Hay que tener en cuenta que la dictadura no sólo fue un régimen políticamente represor de las libertades sino también profundamente regresivo en materia de derechos sociales y protección social, de modo que al morir el dictador España se encontraba muy por debajo de los estándares europeos de bienestar social, arrastrando déficits muy considerables en materia educativa, de innovación, en protección social o en infraestructuras y capital colectivos, como analizaremos con más detalle en otro capítulo.
De hecho puede decirse que el Estado del Bienestar (educación y salud universal, protección a las familias, al desempleo…) era muy pobre en España en 1975, cuando murió Franco, así que los primeros gobiernos de la democracia tuvieron que articular esas estructuras de bienestar justo en una coyuntura marcada por las restricciones presupuestarias, por la imposición de una lectura ultraliberal de la política económica en todos los espacios internacionales y con una fuerte presión ideológica en este sentido dentro y fuera del país.

Débil y traumática vinculación de la economía española con el exterior
La economía española se fue abriendo al exterior a partir de 1959, en plena dictadura, pero lo hizo de modo muy dependiente y condicionado por el predominio de un modelo productivo atrasado y que sólo resultaba competitivo mediante los bajos salarios y los favores administrativos que la dictadura ofrecía con generosidad a grandes empresas y multinacionales. En esas condiciones nuestro equilibrio exterior dependía de la entrada de divisas que proporcionaba la creciente especialización en la oferta de servicios turísticos. Y puesto que esta vía resultaba a la postre insuficiente había que recurrir periódicamente a la devaluación de la moneda 4.
La llegada de la democracia coincidió también con una nueva fase de apertura al exterior que hubo que afrontar sin haber podido consolidar con anterioridad un modelo productivo sustancialmente distinto al de la dictadura. Por ello, la incorporación primero a la Comunidad Europea y más tarde a la unión monetaria supusieron también un impacto muy grande en nuestra economía. Podríamos decir que tuvimos que ponernos un traje de otra talla sin haber cambiado antes nuestro tamaño y eso tuvo efectos desiguales. Por un lado, hizo posible que la economía y la sociedad españolas disfrutaran de una entrada de fondos muy importantes que han permitido consolidar estructuras de bienestar y una gran dotación de recursos (disfrutamos de un traje nuevo). Pero, por otro, ha puesto en manos del capital extranjero los mejores activos de nuestra economía, hasta el punto de que el capital español ha desaparecido de sectores enteros, algunos de ellos de gran importancia estratégica (el traje nuevo no nos sentaba bien porque no era de nuestra talla). Y además ha limitado casi totalmente la capacidad de maniobra interna al someter la política económica nacional a los dictados de las decisiones dominantes en Europa que lógicamente responden más bien a los intereses empresariales de los países más poderosos, Alemania y Francia. Todo ello ha consolidado el modelo productivo tradicional dependiente y muy poco competitivo.
En particular, la entrada de España en la Zona Euro impide que el ajuste exterior al que obliga nuestra escasa competitividad se pueda llevar a cabo a través de la devaluación como se había hecho tradicionalmente.
Podríamos haber resuelto ese problema especializándonos en otro tipo de actividades y mejorando nuestra calidad y nuestra productividad. Pero eso hubiera requerido políticas públicas más potentes e impuestos más altos. Algo que nunca desearon las grandes empresas que han querido competir en los mercados internacionales y que optaron, por el contrario, por competir bajando los salarios. Pero, a pesar de que éstos han sufrido un proceso constante de contención (España es el único país de la OCDE en donde no se produjo crecimiento real de los salarios entre 1995 y 2005), esta vía de ajuste ha sido insuficiente para proporcionarnos bastantes ingresos (porque como veremos en otro capítulo es una vía empobrecedora) y eso dio lugar a que el déficit exterior de España se haya disparado en los
últimos años hasta llegar a ser el más alto del mundo en términos relativos.

Gran desigualdad
Finalmente hay que subrayar que de la dictadura que rigió en España de 1938 a 1978 se heredó igualmente una gran desigualdad, tanto entre territorios como entre personas, como consecuencia no sólo de la carencia de políticas y estructuras redistributivas, sino sobre todo de la carencia de capital social dedicado a la formación y la innovación, del predominio de un modelo productivo dependiente y desvertebrado y de la propia ausencia de democracia.
En definitiva, podríamos decir que la dictadura nos dejó de herencia una economía y una sociedad muy sometidas a grupos de interés económico y financiero muy reducidos pero muy poderosos, y un tejido productivo demasiado débil también dominado por grandes empresas y bancos con una influencia política conquistada en la dictadura pero que han logrado mantener casi hasta la actualidad. Basta ver, por ejemplo, que los grandes apellidos de la vida económica, banqueros y empresarios, los que ahora cita el presidente Zapatero para pedirle ayuda frente a la crisis o los que van a ver al Rey para proponerle sus soluciones, son prácticamente los mismos del franquismo, o que los mayores perceptores de ayudas agrarias de la Unión Europea en España siguen siendo la familia Mora-Figueroa Domecq, la duquesa de Alba, el duque del Infantado o la Compañía de Jesús…

EL MODELO PRODUCTIVO QUE DA LUGAR A LA CRISIS
Las circunstancias y los factores que acabamos de mencionar constituyen residuos de la atrasada y corporativizada economía del franquismo que todavía no han desaparecido del todo de la economía española actual y que incluso, en algunos casos se han agudizado en la democracia como consecuencia de la aplicación sin contrapesos de las políticas neoliberales.
Esto es lo que ha ocurrido desde 1993, fecha que inició el proceso de integración de España en la Unión Europea, con la reducción del gasto público social por habitante, primero (1993-1995) en términos absolutos y después (1996-2004) en términos proporcionales, creciendo el gasto público social en niveles más bajos que en el promedio de la UE-15, con lo cual el déficit de gasto público social de España con el promedio de la UE-15 aumentó considerablemente durante el periodo 1993-2004.
El euro se estableció en España a costa de su Estado del Bienestar, pues la reducción del déficit del estado se realizó primordialmente a base de transferir los fondos que hubieran ido a cubrir el déficit social, a reducir el déficit del Estado.
Finalmente las privatizaciones de empresas públicas han fortalecido el carácter oligárquico de nuestra estructura empresarial (pues en su mayor parte fueron a parar a los grupos privados de por sí ya más poderosos) o con la especialización de la actividad económica en torno a los sectores de las finanzas y la construcción gracias a la estrecha vinculación, que viene de los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil, entre el poder político, los banqueros y los constructores y promotores inmobiliarios.
Y, para colmo, sin que esas privatizaciones hayan producido ninguna «mejora significativa en la rentabilidad, en la eficiencia, en el volumen de ventas y de inversión, ni cambios significativos en el nivel de endeudamiento o en el empleo» en las empresas que se privatizaron 5.
España se ha modernizado y se ha democratizado en estos últimos treinta años pero lo ha hecho manteniendo estructuras de poder muy asimétrico que a la postre no han permitido, por ejemplo, que se dediquen a financiar el bienestar los recursos necesarios. La economía española se ha debido incorporar a las condiciones generales que impone la globalización neoliberal y para ello se ha puesto a disposición de los capitales extranjeros que mediante la adquisición de numerosas empresas y el control de los canales de distribución han llegado a tener una posición de gran predominio en los sectores más decisivos de nuestra economía.
Pero, al mismo tiempo, no ha llegado a los estándares de bienestar y de protección que alcanzaron en su momento los países a cuyos niveles ha tenido que homologarse en poco tiempo.
Esa es la situación que uno de nosotros, Vicenç Navarro, ha caracterizado como de «bienestar insuficiente, democracia incompleta», que es causa y a su vez consecuencia de la combinación de todos esos factores y que en su vértice se traducen en un equilibrio de poder muy asimétrico entre las clases sociales 6.
Todos esos factores han consolidado un modelo productivo y de desarrollo socioeconómico que es el que está estallando ante nosotros coincidiendo con la crisis financiera mundial, cuyas principales características se podrían resumir en las siguientes.

Economía poco productiva y de poco valor añadido

La utilización más intensiva de la mano de obra se utiliza en actividades con muy poca innovación y de escaso valor añadido como principalmente la construcción, las vinculadas al turismo y los servicios.
Esta especialización está unida, a su vez, a otros factores que resultan también claramente determinantes de la situación en la que la economía española ha hecho frente a la crisis actual.
En primer lugar, un déficit histórico en recursos humanos cualificados y en formación que aún no se ha resuelto, como pone de relieve, por ejemplo, que en España sólo tengan educación secundaria completada, equivalente a bachiller o formación profesional, el 62 por ciento de los jóvenes de edades comprendidas entre 25 y 34 años frente a un 80 por ciento de media en los países europeos. Un factor que, unido al atraso que igualmente se sufre en inversión en I+D+i, provoca que la productividad del trabajo en España se haya mantenido prácticamente estancada en los últimos quince años.
En segundo lugar, un incremento muy importante de las mujeres en el mercado laboral que ha hecho que su tasa de actividad aumenta desde el 45,1 por ciento de 1996 al 60,2 por ciento en 2006 pero que, al no ir acompañado de suficientes políticas de igualdad y mecanismos legales efectivos contra la discriminación, ha provocado un descenso en el nivel salarial medio. Un fenómeno que, al añadirse a la entrada masiva de población inmigrante en los últimos años, ha permitido mantener los salarios en niveles excepcionalmente bajos, lo que ha incentivado el uso más intensivo y poco productivo de la mano de obra.
En tercer lugar, un mercado de trabajo en donde la asimetría a la que antes hicimos referencia ha propiciado unas condiciones de contratación muy favorables al gran empresariado y que se traduce sobre todo en una alta temporalidad (superior al 30 por ciento durante largos periodos) que explica los grandes vaivenes que el volumen de empleo y la tasa de desocupación sufren a lo largo del ciclo.
Así, España ha pasado casi sin solución de continuidad de crear 2,3 millones de empleos en 2004-2006 y estar a la cabeza de la creación de puestos de trabajo en Europa, a perder cientos de miles en unos pocos meses, algo que no es sólo característico de esta última crisis puesto que ya sucedió igualmente en la de 1992-1993 cuando en sólo dieciocho meses (desde julio de 1992 hasta diciembre de 1993) se destruyeron 734.000 puestos de trabajo.
En cuarto lugar, una gran dependencia del capital público y en concreto de decisiones políticas vinculadas a la inversión en infraestructuras, a la política de suelo y urbanística, así como de las facilidades fiscales y a la financiación externa al sector.
Los auges de la construcción en España han estado vinculados siempre a una fuerte complicidad y participación del sector público. En la primera etapa de gran expansión (1987-1992) fue el endeudamiento público y la potenciación desde el Estado de la obra pública en infraestructuras los que permitieron su expansión vertiginosa y en la última fase de crecimiento desorbitado hasta 2006-2007 gracias al endeudamiento privado y la construcción residencial. Y, en ambos casos, gracias a una legislación favorable cuidadosa y estratégicamente prediseñada y a privilegios fiscales de los que no se ha podido gozar casi en ningún otro tipo de actividad.

Pérdida de poder adquisitivo de los salarios y debilidad del mercado interno

En los últimos años se han ido aplicando políticas de contención salarial con la excusa de ser más competitivos y de luchar contra la subida de precios y de crear empleo.
Así, mientras que en 1960 la participación de los salarios en el PIB (al coste de los factores) era del 68 por ciento y en 1976 alcanzaba su máximo en los últimos 35 años con un 73,63 por ciento, en 2008 la participación descendió hasta un 60,21 por ciento. España es el único país de la OCDE en donde los salarios reales no han crecido en los últimos quince años.
Esta pérdida de peso de los salarios ha provocado que España sea uno de los países con mayor desigualdad de Europa y ha tenido además dos grandes efectos que hay que corregir para salir bien de la crisis.
Por un lado, ha debilitado mucho el mercado interior porque éste depende del gasto que se realice. Y con salarios a la baja el gasto lógicamente se resiente, lo que afecta sobre todo a las empresas pequeñas y medianas, puesto que las grandes siempre pueden acudir al gasto de otros países. Y como estas pequeñas y medianas empresas son las que crean casi el 80 por ciento del empleo, resulta que salarios más bajos han ido acompañados al final de menos empleo.
Por otro lado, cuando los ingresos salariales son bajos y las pequeñas y medianas empresas tienen dificultades porque no hay gasto suficiente, lo que ocurre es que aumenta el endeudamiento.
Eso les viene muy bien a los bancos, porque su negocio es precisamente ofrecer créditos, y por eso piden siempre políticas de contención salarial, pero le viene muy mal a la economía en su conjunto.
Y no es casualidad ni mucho menos que España sea, al mismo tiempo, el país en donde no han subido los salarios reales y el que ha registrado un incremento más vertiginoso del endeudamiento privado, que ha llegado a representar el 150,4 por ciento de la renta disponible neta, y una reducción correlativa del ahorro que ha llegado a situarse en tan sólo un 11 por ciento de dicha renta. En los diez años anteriores al estallido de la crisis el endeudamiento de las familias en relación a su renta disponible y el de las empresas en relación a su excedente bruto de explotación casi se ha triplicado.
Y hay que dejar claro que este endeudamiento no se debe, como a veces se dice, a que los españoles hayamos vivido «por encima de nuestras posibilidades» sino a que los salarios han estado por debajo de nuestras necesidades.

Crecimiento de la deuda privada y demonización de la pública

Un fenómeno curioso que se ha producido en los últimos años en España es que mientras que se impulsaba y facilitaba el endeudamiento privado y nadie ponía objeciones a ellos se ponían todo tipo de pegas y frenos al del Estado.
Esto es algo que debería resultar sorprendente porque el endeudamiento público aporta mucha más riqueza y menos riesgos que el privado. En España el endeudamiento público se ha destinado normalmente a crear capital social y estructuras de bienestar colectivas mientras que el privado se ha concentrado en la adquisición o rehabilitación de viviendas (75 por ciento), muy poco en el consumo (12 por ciento) y casi nada en la actividad productiva (6 por ciento).
Las consecuencias de haber actuado «al revés» en este campo son muy importantes y de muy diversa naturaleza: al limitar la financiación pública se ha mantenido e incluso acrecentado el déficit social español y el relativo a la investigación y la ciencia, y al apoyar al privado vinculado a la construcción se ha propiciado que los mayores ingresos de la actividad económica hayan sido los recibidos por la banca y por los promotores y constructores inmobiliarios. Es decir, no sólo ha hecho que la economía española sea más injusta sino también más ineficiente. Y además una deuda tan extraordinaria ha creado una auténtica esclavitud para millones de familias que sin duda explica en gran medida la desmovilización social, la sumisión y la falta de respuestas a la pérdida relativa de bienestar que padecen las clases trabajadoras.

Deterioro ambiental

Por otro lado, el modelo productivo español, debido a su especialización productiva en torno a la construcción y al turismo y a la gran influencia política que tienen los promotores y grandes empresarios, es un gran productor de daños medioambientales, despilfarrador de recursos naturales y generador de residuos que suponen un coste social y económico extraordinario pero que no se tiene en cuenta a la hora de valorar su verdadero alcance. 7

Dependencia del ciclo
Finalmente nuestro modelo resulta también muy indefenso ante los avatares del ciclo económico. Eso quiere decir que, cuando las cosas van bien, aquí van mejor que en ningún sitio, pero que, cuando mal, aquí van mucho peor. Y el balance total suele ser negativo.
Esto es debido a otra serie de factores que también hacen que nuestro modelo económico sea muy frágil y que podemos resumir en los siguientes:

1. En contra de lo que dicen los economistas neoliberales, en España existe una gran precariedad laboral y gran facilidad para aumentar y reducir plantillas, como prueba que en la actual etapa de pérdida de empleo más del 80 por ciento de los puestos de trabajo destruidos lo hayan sido al margen de los expedientes administrativos de regulación de empleo. Y eso hace que los empresarios prefieran actuar contratando mucho en épocas buenas pero también despidiendo abundantemente en las malas. Si el trabajo fuera un factor más valioso y costoso, los empresarios estarían mucho más motivados para invertir en mejoras de productividad y calidad que les evitaran incurrir en los costes de despedir o de cerrar su actividad.
2. La dependencia del capital extranjero que, como hemos señalado antes, se ha hecho con la inmensa totalidad de los activos principales de la economía española ha provocado que las empresas dominadas por él se dirijan desde el exterior y que respondan a intereses y estrategias de rentabilización ajenas a la dinámica propia de la economía española. Así, en cuanto empeora la situación fuera, esos capitales responden enseguida en España, incluso aunque aquí la situación no se haya deteriorado.
3. El escaso peso de la actividad industrial y, por el contrario, el excesivo de las actividades que son más vulnerables ante los cambios coyunturales en la demanda.
4. La gran influencia del sector bancario que es conservador por excelencia y siempre se adelanta a las fases del ciclo, lo que agrava este efecto al trasladarlo al conjunto de la economía, pues la renta familiar y la actividad de los hogares y de las empresas dependen de su estrategia.
5. La disminución en la autonomía para poner en marcha y ejecutar políticas de estabilización macroeconómica como consecuencia de la globalización y de la pertenencia a la unión monetaria impide que el gobierno pueda hacer frente con eficacia a los efectos perturbadores del ciclo, a pesar de que su economía esté expuesta más cruda y directamente a todos ellos.

LA ETAPA DE EXAGERACIÓN, EL ESTALLIDO DE LA CRISIS Y LA RECESIÓN
Las debilidades del modelo de crecimiento que acabamos de señalar son las que nos permiten afirmar que los problemas que viene padeciendo la economía española desde 2007 no son sólo
el resultado del impacto externo provocado por la difusión de las hipotecas basura desde Estados Unidos, ni sólo de sus secuelas sobre el conjunto de la economía mundial.
Por supuesto ese impacto ha existido y ha tenido una influencia notable por razones muy diversas:
1. Porque la banca española tiene una gran integración con la internacional y hubiera sido siempre inevitable que le afectara la situación de insolvencia generalizada que se ha producido.
2. Porque la economía española es muy sensible, como hemos señalado, a la demanda externa que se ha visto afectada gravemente como consecuencia de la situación financiera.
3. Porque la confianza es un elemento fundamental en las relaciones económicas y en los últimos tiempos se ha visto limitada como consecuencia de nuestro altísimo nivel de endeudamiento.
4. Porque tratándose de una crisis sistémica y global es realmente imposible que algún país pueda presenciarla de lejos y sin verse más o menos afectado por sus consecuencias de todo tipo. Pero, siendo así, lo cierto es que la economía española venía dando señales de peligro desde antes de que estallara la crisis de las hipotecas basura, como demuestra el hecho de que la oferta de crédito ya hubiera comenzado a caer en 2006.
Lo que ha sucedido en España es que en los últimos cuatro o cinco años anteriores al estallido de la crisis internacional se exageraron de tal modo los rasgos de inestabilidad e insostenibilidad del modelo productivo que éste no pudo sino saltar por los aires y lo ha hecho, lógicamente, coincidiendo con la etapa de mayor debilidad estructural, cuando arreciaba la crisis internacional.
Ese estallido se produjo al hacerse insostenibles varias de las circunstancias que ya hemos mencionado:
1. El exceso de liquidez provocado por el crecimiento desorbitado de la deuda.
2. El imposible mantenimiento de la dinámica al alza de los precios de la vivienda y el subsiguiente estallido de la burbuja inmobiliaria.
3. La imposibilidad de controlar el desequilibrio exterior cuando se ha generalizado una gran pérdida de confianza de los mercados externos.
4. La presencia pertinaz y en incremento de la desigualdad que deteriora de forma progresiva los mercados internos.
5. La actitud permisiva de las autoridades monetarias con todo lo anterior.
6. La despreocupación de los gobiernos de Aznar y Rodríguez Zapatero frente a los factores de insostenibilidad del modelo basado en el ladrillo a pesar de que se estaban haciendo evidentes desde hacía tiempo.
7. La lamentable gestión gubernamental de los inicios de la crisis cuando Zapatero se empeñaba en negarla, seguramente guiado por sus asesores liberales que confiaban ciegamente en la capacidad autorreguladora de los mercados, lo que hizo perder un tiempo precioso para actuar contra ella.

El gran negocio de la banca española nos salió demasiado caro

El periodo de generosa liquidez del que habían disfrutado todas las economías tuvo en España una expresión mucho más exagerada precisamente porque su modelo productivo estaba centrado en torno a actividades que se desarrollaban al amparo de la deuda. Y porque el gran poder del que disponen los bancos en España les ha permitido multiplicar el negocio sin que en la práctica hayan tenido limitaciones efectivas por parte del Banco de España, que, a pesar de la fama de buen supervisor, lo cierto es que ha dejado crecer una deuda a todas luces desproporcionada e indigerible por la economía española 8.
Así, el crédito total a residentes pasó de 701.663 millones de euros en 2002 a 1,8 billones en 2008, un incremento gigantesco de la deuda (o, lo que es igual, del negocio de la banca) que en un 70 por ciento fue dirigido hacia la construcción o sus actividades colindantes; es decir, a alimentar la burbuja inmobiliaria que se formaba en el proceso de constante revalorización de inmuebles.
La exageración de este proceso se pone de relieve considerando que el endeudamiento neto de la economía española, de las administraciones públicas y del sector privado había aumentado un 82 por ciento entre 1999 y 2003 y que desde entonces hasta 2007 lo hizo un 243 por ciento 9. El crédito total destinado a la actividad productiva se multiplicó entre 2000 y 2007 por 3,1, el dirigido a la industria por 1,8, el de la construcción por 3,6 y el dirigido a la actividad inmobiliaria por 9. Y en 2008 el crédito a la construcción y a las actividades inmobiliarias representaba el 47 por ciento del total cuando en 2000 sólo era el 25 por ciento.
Para mantener en pie este impresionante negocio (que en paralelo ha situado a la banca española a la cabeza de la rentabilidad bancaria de todo el mundo) los bancos españoles han tenido que recurrir al mismo tiempo a un alto nivel de endeudamiento. Sobre todo porque en la última etapa de exageración el volumen de depósitos no ha crecido a la vez que la oferta de crédito: en 2000 la banca española recibía 1,43 euros en depósitos por cada euro que concedía a crédito mientras que en 2007 sólo recibía 0,76 euros.
Para financiar todo eso la banca española ha tenido que recurrir cada vez más a la financiación interbancaria internacional y especialmente europea por un total que, según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional, ha pasado de 78.000 millones de euros a 428.000 en el último periodo de gran liquidez previo al estallido de la burbuja. Y eso es lo que hace que ahora esos bancos acreedores de los españoles, principalmente franceses y sobre todo alemanes, tengan tanto interés en provocar el «rescate» de España; es decir, de ellos mismos, como ya han hecho en Grecia, Irlanda o Portugal.

Los mismos de siempre se llevaron el gato al agua

El sobreendeudamiento y el gigantesco incremento de la liquidez en esta última fase también han estado necesariamente vinculados al incremento de la desigualdad que de igual manera podría calificarse de exagerada en esta última etapa. En un periodo de alto crecimiento, es decir, cuando el modelo se ha mostrado funcionando más intensivamente, la desigualdad ha aumentado de forma notable. Según la Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España 10 sólo entre 2002 y 2005 la renta media correspondiente al 20 por ciento más pobre de los hogares de España se redujo en un 23,6 por ciento mientras que la renta media del 10 por ciento más rico se incrementó más de un 15 por ciento.
Y del efecto intensivamente demoledor de la deuda inmobiliaria sobre la demanda y el mercado (aunque también sobre la rentabilidad bancaria) da idea el hecho de que, según esta misma encuesta del Banco de España, en 2002 un 42,5 por ciento de las familias tenían que dedicar más del 40 por ciento de su renta a pagar las deudas contraídas para pagar su vivienda mientras que en 2005 ese porcentaje se había disparado hasta el 70,9 por ciento de los hogares.
En relación con esta última etapa un informe de Comisiones Obreras revela que desde 2002 hasta 2007 los dividendos empresariales han aumentado una media del 30 por ciento anual y que, al mismo tiempo, sólo entre 2005 y 2007, el porcentaje de trabajadores que ganan menos de 18.500 euros ha aumentado del 57,8 al 60 por ciento, el de los que ganan entre 18.500 euros y 24.000 ha bajado del 38,5 al 36,35 por ciento, y el resto se ha mantenido prácticamente igual 11. Dicho sindicato también resaltó que «si hace veinte años la diferencia salarial entre máximos directivos y puestos con menores salarios era de 10 o 20 veces superior, hoy aumenta hasta 100 o 200 veces, sin incluir salarios en especie, pólizas de seguro, fondos de pensiones, etcétera».
Por su parte, el Consejo Económico y Social mostraba en su Memoria de 2007 que mientras que en 2006 la retribución del trabajo creció un 3,4 por ciento, los beneficios de las sociedades que cotizan en Bolsa lo hicieron por encima del 26,6 por ciento.

El papel de las autoridades

Tal y como ha ocurrido en el resto del mundo, también en España las autoridades han tenido una gran corresponsabilidad en el estallido de la crisis.
El Banco de España ha mantenido condiciones de mayor precaución en cuanto a los procedimientos en que se ha llevado a cabo la titulización. Pero vigilando ese peligro ha desatendido el que ha resultado ser el más auténtico y lo que constituía la amenaza más grave y finalmente materializada sobre la economía española: el volumen de deuda tan peligroso que han generado los bancos.
Al dejar hacer, el Banco de España, como los demás bancos centrales, han cerrado los ojos ante el crecimiento de una burbuja inmobiliaria a todas luces causante de buena parte de los problemas que ahora tenemos. Y, por supuesto, la máxima autoridad monetaria y supervisora bancaria ha dejado que el comportamiento de la banca española haya sido claramente irresponsable al sobrefinanciar la actividad económica, concediendo habitualmente préstamos hipotecarios a más del cien por cien del valor de las viviendas que se hipotecaban o, actuando al margen de toda lógica financiera y económica, financiando al cien por cien, como se ha demostrado en las suspensiones de pagos, la inversión de las empresas.
Y, en todo caso, no se puede olvidar que si la situación de las entidades financieras españolas ha podido ser calificada como ejemplar y libre de problemas ha sido en buena parte porque los bancos centrales han permitido que se apliquen normas contables y de valoración encaminadas a disimular su verdadero estado patrimonial, concretamente permitiendo que las entidades valoren a precio de adquisición y no de mercado sus instrumentos financieros para ocultar así una buena parte de las pérdidas que hayan podido sufrir.
Ya en plena crisis, el Banco de España se ha mostrado impotente o inactivo a la hora de conseguir que los recursos públicos que recibían los bancos se derivaran, como se supone que hubiera debido ocurrir, a los mercados o de evitar el mayor racionamiento de crédito que la banca española ha impuesto a empresas y consumidores.
En cualquier caso, el Banco de España no ha sido la única autoridad que al dejar hacer ha coadyuvado decisivamente a que la crisis tenga en España esta dimensión y este carácter singularizados.
Los gobiernos sucesivos, tanto del Partido Popular como del Partido Socialista, han aplicado las medidas legales y fiscales que han dado alas a la burbuja inmobiliaria (como la aprobación de la Ley del Suelo del PP, auténtico banderazo de salida para la apoteosis de la especulación inmobiliaria) y han mantenido una actitud completamente ajena y desprevenida sobre los riesgos que se estaban acumulando.
El informe económico de la Presidencia del Gobierno de 2007 (p. 44) quizá sea una manifestación clara de la imprevisión y del despiste con que se ha actuado frente a una crisis que se estaba ya anunciando por multitud de analistas: «El riesgo de una desaceleración brusca como consecuencia de comportamiento del mercado hipotecario norteamericano o del déficit por cuenta corriente de Estados Unidos es bastante reducido».
Y dirigentes de ambos gobiernos, como el gobernador del Banco de España a propuesta del Partido Popular, Jaime Caruana, o el ministro de Economía y Hacienda, Pedro Solbes, hicieron oídos sordos a la denuncia de los inspectores del Banco de España que en una carta a ambos les advirtieron del riesgo que suponía dejar que aumentara el endeudamiento que estaba generando en beneficio propio la banca española.

Y, por si faltaba algo, el estallido de la deuda soberana

Como otros países, España hizo un gran esfuerzo presupuestario para hacer frente a la crisis, para ayudar a los bancos y para financiar un ambicioso plan de apoyo. Pero, como la crisis mermaba los ingresos públicos, resultó que en muy poco tiempo se multiplicó el déficit público y aumentó la deuda del Estado.
A diferencia de lo que ocurrió en Estados Unidos, el Banco Central Europeo decidió que no financiaría a los gobiernos (al final tuvo que hacerlo para evitar que se hundiera toda la economía europea y el propio euro, pero lo hizo tarde, de forma improvisada, casi clandestina e insuficiente, de modo que no se eliminó el problema de fondo) y eso los obligó a ponerse en manos de los «mercados» (en realidad, de los bancos y de los grandes grupos inversores que compran su deuda). Éstos aprovecharon la ocasión para extorsionarlos e imponerles reformas que las patronales venían reclamando desde hacía años: en el mercado de trabajo, en el sistema de pensiones y poco a poco privatizando servicios públicos.
Ninguna de estas reformas tiene relación con el origen de la crisis, forma parte de las mentiras con que se le ha dado respuesta pero lo que han producido, en lugar de mejorar la situación económica, es su empeoramiento, lo que dificulta aún más la creación de empleo y provoca un nuevo problema a la economía española que puede terminar siendo intervenida, como la griega, la irlandesa o la portuguesa para «rescatarla», aunque eso en realidad significa rescatar a los bancos para que puedan pagar a sus acreedores alemanes o franceses.

Muchas crisis en una y una gran crisis con muchas caras

En resumen, la debilidad del mercado interno, la carencia de resortes endógenos potentes que no fueran la construcción y el endeudamiento que hubieran podido servir como motores de la actividad económica, la dependencia de la financiación externa, el problema estructural de precios que padece la economía española y el déficit exterior desmesurado habían ido dejando a la economía española sin apenas capacidad de respuesta cuando se comenzaron a producir, casi al mismo tiempo, amenazas externas e internas.
Es difícil considerar si el detonante inicial de los problemas en España fue la crisis financiera importada del exterior, el estallido de la burbuja inmobiliaria que ya se había producido un poco antes o la combinación de ambas circunstancias. Pero lo que sí parece fuera de toda duda es que el modo en que venía funcionando la economía española habría terminado por provocar la crisis que se ha producido con independencia de que hubiera estallado o no la de las hipotecas basura con todas sus secuelas.
Y eso significa que es una ilusión tratar de salir de la crisis sin abordar estos males estructurales de nuestra economía.

1. Véanse las obras de Mariano Sánchez, Ricos por la patria. Grandes magnates de la dictadura, altos financieros de la democracia, Plaza & Janés, Madrid, 2001; Ricos por la guerra de España, Raíces, Madrid, 2007.

2. Iago Santos Castroviejo, Una aproximación a la red social de la élite del poder económico en España, ponencia presentada a las XI Jornadas de Economía Crítica, 28 de marzo de 2008.

3. Véase la obra de Vicenç Navarro, El subdesarrollo social de España, Anagrama, 2006.

4. La devaluación es la decisión tomada por el gobierno de bajar el precio de una moneda en relación con alguna otra. Se suele tomar cuando hay un déficit exterior muy grande e insoportable, es decir, cuando hay que hacer pagos al exterior muy por encima de los ingresos que se reciben. Al devaluar, los productos nacionales se abaratan y de esa manera se supone que se pueden vender con mayor facilidad y, por tanto, aumentan los ingresos. Y como, al mismo tiempo, la devaluación hace que los productos del exterior sean más caros, disminuyen también los pagos internacionales. El efecto de
ambos procesos es que, gracias a la devaluación, mejora la balanza del país con el exterior.

5. Así lo han demostrado, entre otros, Laura Cabeza y Silvia Gómez Ansón en su trabajo «Los procesos de privatización en España: determinantes e implicaciones de la eficiencia empresarial», Estudios de economía aplicada, vol. 27-2, 2009, p. 20.

6. Véase Vicenç Navarro, Bienestar insuficiente, democracia incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país, Anagrama, Barcelona, 2002.

7. Véase José María Naredo, «La cara oculta de la crisis. El fin del boom inmobiliario y sus consecuencias», en Revista de Economía Crítica, núm. 7, 2009, pp. 118-133.

8. El poder de la banca y también del lobby inmobiliario y su maridaje con el poder político en los últimos años se ha manifestado de modos muy evidentes: la poderosa Oficina Económica del Gobierno ha estado nutrida de economistas procedentes en su gran mayoría de servicios de estudios de bancos privados, uno de sus directores salió directamente a trabajar como presidente de la patronal de grandes constructoras, un antiguo gobernador del Banco de España terminó en el Consejo de Administración de uno de los grandes bancos, otro en el Fondo Monetario Internacional y un subgobernador
presidiendo la patronal bancaria.
Otra prueba singular del gran poder político de los grandes empresarios y financieros y de su connivencia con las autoridades fue la mostrada por la entonces secretaria de Estado de Justicia, María Teresa Fernández de la Vega, con el presidente del Banco de Santander, Emilio Botín. Según informó el diario El País, impidió que se lo juzgara en un caso en el que el fiscal le pedía nada menos que 170 años de cárcel ordenando en una carta «que se cursaran al abogado del Estado «instrucciones» sobre su actuación en el caso de las cesiones de crédito», concretamente pidiendo que no se dirigiera «acción penal alguna por presunto delito contra la Hacienda Pública, contra la citada entidad bancaria o sus representantes» («Rato atribuye la decisión de no perseguir a Vega», El País, 27 de mayo de 2008).
Gracias a su intervención Botín no fue juzgado, según informó la web de El Confidencial el 21 de septiembre de 2006, a pesar de que «durante los años 1988 y 1989 el Santander manejó cerca de medio billón de pesetas de dinero negro, que provenía de fuentes financieras más o menos inconfesables […] El banco entregó al Fisco información falsa sobre 9.566 operaciones formalizadas que representaban 145.120 millones de pesetas. […] A tal efecto no dudó en declarar como titulares de las cesiones a personas fallecidas, emigrantes no residentes en España, ancianos desvalidos, trabajadores en paro, familiares de empleados del banco, antiguos clientes que ya no mantenían relación alguna con la entidad, etcétera».

9. Los datos que se mencionan a continuación sobre la oferta bancaria de créditos proceden, salvo que se indique lo contrario, de los boletines estadísticos del Banco de España.

10. En su Boletín Económico núm. 37 de diciembre de 2007 o en su web.
11. Sobre la evolución de salarios y excedente véase Costas 2006; Gil, Orti y Santiago 2008, y Martín 2007.

HAY ALTERNATIVAS

Capítulo I

LAS CAUSAS DE LA CRISIS MUNDIAL

Para tratar de resolver cualquier tipo de problema hay que empezar por conocer las causas que lo han provocado. Hacer un buen diagnóstico de los males que aquejan a un paciente es el primer paso para sanarlo, e igualmente ocurre en el campo económico.
Los que afectan en estos momentos al que pretendemos explorar, la economía española, son fáciles de detectar y en realidad comunes a los que han sufrido o sufren otros muchos países como consecuencia de la crisis: un incremento  extraordinario del número de personas en paro, el hundimiento de sectores enteros de la economía, la quiebra de miles de empresas o gobiernos que se han tenido que endeudar hasta niveles muy preocupantes para tratar de aliviar todo eso, entre otros.

Éstos son los problemas que tenemos que resolver pero para conseguirlo lo más importante es conocer bien sus causas.

LA GRAN RECESIÓN
A estas alturas casi todo el mundo sabe que la causa más inmediata de todo ello fue que bancos estadounidenses difundieron por todo el sistema financiero internacional, como una inversión muy atractiva y rentable, miles de productos financieros derivados de contratos hipotecarios que, cuando la economía se empezó a venir abajo, resultaron ser en realidad simple basura financiera que hizo quebrar a los bancos y a los inversores que los habían adquirido.

Cuando eso ocurrió, los bancos dejaron de conceder créditos y enseguida las empresas y los consumidores que dependen de esa financiación no pudieron seguir produciendo o comprando, lo que provocó una gran caída de la actividad económica y el aumento del paro, lo cual llegó a ser calificado como la Gran Recesión.
Los gobiernos inyectaron entonces miles de millones para salvar a los bancos creyendo que así se lograría que volvieran a dar crédito y llevaron a cabo planes de gasto multimillonarios para evitar que no cayera más el empleo y que no se siguieran cerrando empresas.
Pero bien porque fuese insuficiente, bien porque los bancos utilizaron el dinero para otra cosa, lo veremos enseguida, lo cierto es que lo único que se consiguió con ello fue aliviar o frenar un poco la parálisis económica que se había provocado pero no resolver completamente la situación.
El resultado fue que al disminuir la actividad cayó la recaudación de ingresos y que el gasto de los gobiernos se multiplicó, así que los déficits se dispararon y la deuda subió de forma acelerada.
Los bancos que habían provocado la crisis aprovecharon la necesidad de financiación de los gobiernos y entonces sí les prestaron grandes cantidades, aunque a costa de imponerles condiciones draconianas a través de reformas muy profundas basadas, sobre todo, en recortar el gasto social y los salarios para que la mayor parte posible de los recursos se dirigiera a retribuirles a ellos. Y con menos gasto, es decir, con menos capacidad de compra, las empresas volvieron a resentirse y su actividad de nuevo se vino abajo, lo que empeoró el empleo y llevó a economías como las de Grecia, Irlanda o Portugal a una situación mucho peor.

LA MENTIRA DE LOS «BROTES VERDES»
La sucesión de medidas equivocadas por parte de los gobiernos o, en realidad, de medidas dirigidas principalmente a que los bancos se recuperaran sin modificar las reglas de juego que habían dado lugar a la crisis es lo que ha llevado a que ahora, algo más de tres años después de que la crisis de las hipotecas basura se iniciara, no haya seguridad de haberla superado a pesar de que hace meses todos los gobiernos engañaban a su población diciendo que aparecían «brotes verdes» y que la crisis se aproximaba a su fin.
La realidad, como muchos economistas habíamos advertido, es que ni mucho menos estábamos en esa feliz situación. Al revés, puesto que no se habían querido poner sobre la mesa de operaciones las causas reales de la crisis y, por tanto, tomar medidas que le hicieran frente, lo normal era que el enfermo siguiera padeciendo los males que sufría desde el principio, e incluso en algunos países, agravados.
Así, muchos países, empezando por el todopoderoso Estados Unidos, tienen ahora, además de los problemas originales que dieron lugar a la crisis, otros muy graves como resultado de la deuda que han generado. En el momento de escribir estas líneas algunos, como Grecia, están siendo literalmente saqueados y han tenido que poner a la venta sus riquezas más preciadas; otros, como Irlanda y Portugal, han sido intervenidos, y España o Italia se encuentran bajo la amenaza y la extorsión constantes de los «mercados», sufriendo lo que nada más y nada menos que el presidente de la Junta de Andalucía calificó hace unos meses como «terrorismo financiero».

CAUSAS SUPERFICIALES Y CAUSAS DE FONDO DE LA CRISIS
Esta historia es ya bastante bien conocida pero es insuficiente si se quiere actuar con eficacia para resolver todos los problemas que se han generado. No basta con conocer las causas más inmediatas de la crisis (los problemas financieros que la originaron) sino que hay que poner también en claro las circunstancias estructurales que dieron lugar a que estas últimas aparecieran.
Hay bastante consenso sobre la naturaleza de la crisis financiera como resultado del comportamiento irresponsable de los bancos que creó un problema económico grave al provocar el caos financiero y paralizar la economía como consecuencia de la falta de crédito y, más tarde, el de la deuda pública.
Pero hay que tener en cuenta también el más importante problema de la deuda privada, de las familias y de las empresas, como resultado del descenso de la capacidad adquisitiva de la población a consecuencia de las políticas neoliberales (llevadas a cabo desde la época iniciada por el presidente Reagan en Estados Unidos y la señora Thatcher en Gran Bretaña) que causaron un descenso continuado de las rentas del trabajo.
Estas políticas, que en Europa se intensificaron con el fin de instaurar el euro, llevaron a crear un enorme problema de falta de demanda que se resolvió primordialmente con la disponibilidad del crédito y a que las rentas del capital se invirtieran de forma preferente en las actividades especulativas en lugar de en la economía productiva.
Aunque en este libro no podemos hacerlo con mucho detalle, para poder plantear soluciones de verdad a la crisis es imprescindible que aclaremos, aunque sea muy breve y superficialmente, todas las causas que desde hace casi treinta años vienen creando la situación económica, política y social en la que estamos y que hace inevitable que se produzcan crisis como la que estamos sufriendo 1.

LA DEBACLE FINANCIERA
A lo largo de la década de 1990 la masa salarial venía bajando en Estados Unidos a pesar del aumento de la población activa y eso estaba creando un problema grave de escasa demanda que se hizo especialmente peligroso después de los atentados de septiembre de 2001. La reducción de la masa salarial como porcentaje de la renta nacional (y ello a pesar del crecimiento de la población activa) estaba creando un problema grave de escasa demanda, resultado de la disminución de la capacidad adquisitiva de la población. Las autoridades económicas de Estados Unidos pusieron en marcha una política de tipos de interés bajos para tratar de apoyar a la actividad económica y proporcionaron incentivos para que los bancos dieran préstamos hipotecarios con mayor facilidad, lo que favoreció el acceso a la financiación externa que hizo que el negocio inmobiliario comenzara a crecer. Los hogares se endeudaban para comprar sus primeras o segundas viviendas y, por tanto, los precios comenzaron a subir.
Se formó entonces lo que se conoce como una «burbuja», en este caso inmobiliaria. Es decir, una situación en la que los compradores creen que los precios de algún producto van a subir indefinidamente y que, por tanto, será muy rentable comprar pensando sólo en vender con mayor o menor rapidez. Por otra parte se crearon incentivos dentro del sistema bancario que optimizaron el número de hipotecas independientemente de su calidad.

LA ESTAFA DE LAS HIPOTECAS BASURA
El afán de ganar cada vez más dinero ofreciendo créditos por doquier llevó a los bancos a ofertar las llamadas hipotecas subprime, que eran las que destinaban a gente poco solvente o con pocos recursos económicos y que, por tanto, tenían mucho más riesgo de impago. En Estados Unidos se popularizaron los llamados préstamos NINJA, que corresponden a las iniciales de «No Income, No Job, No Asset» (sin ingresos, sin trabajo y sin patrimonio), que eran mucho más arriesgados, pero también más rentables para los bancos por los tipos más altos que había que pagar por ellas.
Pero los bancos ofrecían tantos créditos que empezaban a encontrarse sin liquidez para seguir dándolos y entonces recurrieron a un procedimiento que ya se había utilizado antes aunque no en tan gran medida como se iba a utilizar entonces: la titulización de los activos 2.
Mediante este proceso el banco vende el derecho que lleva consigo el contrato de préstamo, el papel, a una entidad (normalmente un fondo de inversión) denominada «vehículo» (en general creada por los mismos bancos). De esa forma sale papel de su balance y entra liquidez (dinero contante y sonante que ya puede utilizar para seguir dando más créditos) y, además, transfiere el riesgo desde dentro hacia fuera de su balance.
Enseguida la entidad vehículo hace lo mismo: emite unos nuevos títulos (los mismos papeles que había comprado a los bancos con otros nombres) que vende a nuevos inversores.
Éstos suelen ser los grandes especuladores, los llamados inversores institucionales (bancos, compañías de seguros, fondos de pensiones, fondos de inversiones, hedge funds 3…), que se dedican a comprar y vender papel permanentemente, aprovechándose de las variaciones en su precio que a veces provocan ellos mismos.
Y así se difundieron las hipotecas iniciales en forma de productos financieros derivados de ellas por todo el sistema financiero internacional 4.
Pues bien, como las hipotecas que iban concediendo los bancos estadounidenses eran cada vez más arriesgadas y peligrosas trataron de disimular el peligro que realmente conllevaban.
Para ello inventaron unos «paquetes» en donde incluían hipotecas buenas (prime) y otras malas (subprime) y en donde además empezaron a mezclar activos de diferente tipo: préstamos hipotecarios, préstamos para el consumo de coches, préstamos para estudiantes, etcétera. E incluso inventaron paquetes que contenían otros paquetes en su interior, de modo que al final nadie sabía el producto financiero que en realidad estaba comprando. Y los directores de sucursales bancarias de todo el mundo se los «colocaban» a sus clientes sin que ni siquiera ellos mismos supieran lo que les vendían.
Todo esto empezaba a ser una estafa y había que disimularla bien. Para ello los bancos convencieron a las autoridades para que relajaran la supervisión y, sobre todo, recurrieron a las llamadas agencias de calificación, que son entidades privadas contratadas por las mismas entidades bancarias emisoras de títulos para que valoren la calidad de sus emisiones.
Para apoyar el negocio fraudulento de sus clientes, las agencias no dudaron en calificar como de gran calidad financiera las hipotecas que ponían en circulación y eso permitió que cientos de bancos y millones de personas invirtieran en ellas o en sus productos derivados creyendo que efectivamente se trataba de una inversión segura.

EL DERRUMBE
Durante muchos años estos mecanismos financieros permitieron a los bancos tener espectaculares beneficios que repartían entre sus accionistas privados, pero la fiesta acabó cuando cambió la situación. La Reserva Federal de Estados
Unidos subió los tipos, las expectativas sobre subsiguientes subidas de precios en el mercado inmobiliario se vinieron abajo, la actividad en la construcción se frenó… y la consecuencia de todo ello fue que millones de trabajadores quedaron sin empleo y que empezaron a dejar de pagar las hipotecas o préstamos que tenían suscritos con los bancos.
Cuando esto último sucedía, los productos financieros derivados de las hipotecas individuales titulizadas o de los paquetes que se habían distribuido como si fueran quesos en porciones por todo el mundo perdían de inmediato su valor porque sus activos originales (las hipotecas que se encontraban en la base de la pirámide) dejaban de proporcionar los flujos de dinero esperados cuando las familias dejaban de pagarlas.
Las entidades que habían participado en este esquema financiero comenzaron a tener pérdidas e, incluso, a declararse en bancarrota.
Además, con la explosión de la burbuja, la cartera inmobiliaria de los bancos comenzó a perder valor mientras que las deudas que habían contraído permanecían intactas. Y para colmo los bancos se vieron obligados a asumir las obligaciones de las «entidades vehículo» para evitar que quebraran porque ya no eran capaces de vender los títulos de los que disponían, puesto que los inversores cuestionaban su calidad y empezaban a tener serias dificultades para afrontar sus deudas.
Los bancos comenzaron a registrar pérdidas multimillonarias y se inició una auténtica debacle financiera.
Inicialmente fueron los bancos estadounidenses los que empezaron a sufrir pérdidas gigantescas y quiebras, pero el proceso se extendió con rapidez por todo el mundo porque las finanzas internacionales son en realidad el único aspecto de la vida económica que está completamente globalizado. Los productos derivados de las iniciales hipotecas basura (aunque en realidad los inversores no sabían lo que había en el fondo de los papeles que compraban y vendían) se habían difundido por las sucursales bancarias de todo el mundo y ahora esas inversiones empezaban a no valer nada.

LA CRISIS DE LA ECONOMÍA GLOBAL Y SUS DAÑOS COLATERALES
Cuando todo esto sucedió, los bancos empezaron a dejar de darse crédito entre ellos, bien porque se quedaron sin capital, bien porque desconfiaban unos de otros. Enseguida dejaron de darlo también a empresarios y consumidores, y eso fue lo que provocó sin remedio un auténtico desastre en las economías.
Hoy día es imposible que un empresario pueda aguantar unas semanas o meses sin financiación ajena o que los consumidores gasten en bienes y servicios duraderos sin recurrir al crédito. Y por eso la carencia de financiación que se fue generalizando hundió sin remedio los mercados, paralizó casi por completo a millones de empresas que tuvieron que despedir a trabajadores y dio lugar a que los hogares redujeran el gasto en consumo, que es al fin y al cabo de lo que viven las empresas.
Al principio había habido una crisis hipotecaria en Estados Unidos, pero enseguida se hizo financiera y global y a continuación una crisis de la actividad económica real, no sólo de la banca o los grandes inversores financieros. Y ésa fue la causa de la recesión económica que sufrieron casi todas las economías del mundo. Para colmo esta recesión vino acompañada de otras secuelas muy graves a medida que avanzaba.
Cuando los mercados financieros y el inmobiliario comenzaron a dar muestras de flaqueza y la inversión se hacía allí excesivamente peligrosa, los capitales especulativos (que no pueden parar ni dejar de ganar dinero ni por un minuto porque les pasa lo que a los ciclistas, que si se paran se caen) cambiaron de destino: de las hipotecas y productos financieros derivados de los inmobiliarios pasaron a los del petróleo y de productos alimenticios.
Y lo mismo que antes hicieron que el precio de la vivienda se disparara, ahora incrementaron sin cesar el de la energía y el de los productos alimentarios, lo que provocó nuevos problemas a la economía real y la muerte de cientos de miles de personas que se alimentan de arroz o de los cereales básicos cuyo precio se disparaba día a día como consecuencia de la especulación.

LAS CAUSAS PROFUNDAS DE LA CRISIS
¿Cómo pudo gestarse una estafa financiera tan gigantesca? ¿Cómo se permitió que un volumen tan impresionante de recursos se destinara a la especulación mientras que la economía productiva carecía de ellos? ¿Cómo pudo llegar a quebrar una parte importante del sistema bancario internacional sin que ninguna autoridad se hubiera dado cuenta de lo que pasaba? ¿Cómo pudieron engañar los bancos a millones de inversores sin que los bancos centrales, que conocen al dedillo todo lo que hacen y lo que ocurre en su interior, hicieran nada por evitarlo? ¿Cómo se dejó sin financiación a miles de empresas que crean empleo mientras que se concedieron miles y millones de euros para salvar a los bancos? ¿Cómo se pudo dejar que Estados enteros, millones de personas quedaran desarmados ante la furia especuladora de los mercados y endeudados hasta el cuello mientras que los financieros hacían negocio con esa deuda? Éstas, y algunas más de este estilo, son las preguntas a las que hay que responder si de verdad se quiere hacer frente a la crisis económica.
Y para poder contestarlas hay que tener en cuenta los factores que tienen que ver con la economía real y con la distribución de poder económico y político que configuraron, entre otros, la distribución de las rentas y la actividad económica. De ahí que sea importante conocer varios hechos.
En primer lugar es importante entender por qué las finanzas (bancos, fondos de inversión, actividades financieras en general, etcétera) han ganado tanto poder en las últimas décadas en el mundo desarrollado y han conseguido que los poderes públicos no les pararan los pies cuando llevaban a cabo todas estas tropelías.
En segundo lugar hay que saber que en los últimos años se han llevado a cabo unas medidas no sólo económicas sino también políticas o culturales precisamente encaminadas a que los ingresos fueran cada vez en mayor medida a las manos de estos especuladores.
Y en tercer lugar es fundamental comprender el papel tan importante que ha tenido la desigualdad en la gestación de la crisis actual.

LA FINANCIARIZACIÓN DE LAS ECONOMÍAS Y EL PAPEL DE LOS BANCOS
La ascensión al poder en la década de 1980 de gobiernos de inspiración neoliberal (como los de Margaret Thatcher en Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos) puso fin al consenso que se había venido dando desde después de la Segunda Guerra Mundial y dio paso a políticas de naturaleza muy distinta 5.
En el campo financiero se produjo un cambio muy importante cuando en la década de 1960 se inició un incremento espectacular y desconocido hasta entonces de la cantidad de dólares circulantes en la economía. Era el inicio de un nuevo ciclo determinado por una sobreproducción que causó una bajada de rentabilidad de la economía productiva. Las multinacionales generaban cada vez más y más beneficios pero a la vez se enfrentaban a problemas de rentabilidad que desincentivaban la reinversión de esos mismos beneficios. Por tanto, buscaron la forma de invertir esos beneficios en cualquier otro negocio que no fuera la esfera productiva. Además, cuando los precios del petróleo sufrieron una impresionante subida en la década de 1970, los países productores se encontraron también con billones de dólares que no sabían dónde colocar, por lo que aumentó también con ellos la masa circulante de dólares.
Los bancos, que eran quienes principalmente manejaban esa oferta de dólares, fomentaron el recurso al crédito con tal de colocar los dólares que circulaban con extraordinaria abundancia. Obtener préstamos era fácil y barato y los bancos los daban sin ningún problema 6.
Facilitó este cambio la revolución de las tecnologías de la información que permitió que las operaciones financieras se pudieran realizar de modo muy rápido y sin apenas costes, así que las actividades especulativas, que antes también se realizaban pero de modo mucho más pausado y limitado, ahora pudieron llevarse a cabo de forma vertiginosa.
El atractivo de dedicarse a esas actividades especulativas eran grandioso: con muy pocos medios se podían movilizar millones y millones de cualquier moneda para comprar y vender al instante y obtener en cada transacción tasas de rentabilidad mucho más elevadas que las que podía proporcionar la puesta en marcha de un negocio productivo. Y eso fue lo que hizo que las operaciones financieras de simple compra y venta de papel fueran creciendo sin parar, desvinculándose cada vez más de la creación de negocios productivos, de la producción de bienes y servicios y de la creación de empleo.
Para que este nuevo negocio fuera lo más rentable posible los financieros consiguieron que los gobiernos llevaran a cabo reformas legales destinadas a garantizar la plena libertad de movimientos de los capitales y a que en los mercados financieros se pudiera hacer prácticamente cualquier cosa sin control alguno.
Mediante estas reformas se fue eliminando casi cualquier tipo de trabas a lo que pomposamente se llamaba innovación financiera y que no era otra cosa que la continua creación de activos para comprar y vender especulativamente gracias a los fondos multimillonarios que se iban acumulando. Y para ello tuvieron un papel decisivo los llamados paraísos fiscales, países que no establecen control ninguno a las operaciones que realizan los bancos y las empresas que se instalan allí para mover el dinero negro que sus clientes quieren ocultar al Fisco. Algo que hacen la práctica totalidad de los bancos y cajas de ahorros españoles y el 80 por ciento de nuestras grandes empresas.
Todo eso aumentó el volumen de dinero que circula simplemente alrededor de las operaciones financieras y que hoy día se calcula que es de 4 billones de dólares al día sólo en los mercados de compra y venta de monedas, y de 700 billones de dólares en los mercados de derivados (es decir, de los papeles nacidos de otros papeles para especular con ellos).
Pero en las finanzas especulativas hay una ley inevitable: cuanta más rentabilidad se obtiene, más riesgo hay. Por eso, al mismo tiempo que aumenta el beneficio financiero especulativo se incrementa el peligro que soporta toda la economía porque las operaciones que lo proporcionan son de naturaleza muy volátil e inestable, y trasladan estas características al conjunto de las actividades.
Eso es lo que explica que en estos años de gran especulación financiera haya habido más crisis que nunca en la historia.
Por otro lado, la aparición de estos nuevos negocios financieros cambió también la función de los bancos y la forma en que se financiaban las empresas.
Estas últimas se financiaban antes solicitando préstamos a los bancos pero ahora podían hacerlo emitiendo acciones o bonos, que eran más baratos y que servían a los inversores para crear a partir de ellos nuevos papeles que de nuevo vendían en los mercados financieros. Y, como consecuencia de ello, los bancos dejaron de dedicarse preferentemente a financiar la actividad productiva de las empresas para desplazar sus negocios hacia la gestión de fondos de inversión y hacia el cobro de comisiones bancarias.
Los bancos se convirtieron así en las principales fuentes de alimentación de la especulación, de las burbujas inmobiliarias, de la inversión en paraísos fiscales, e incluso en actividades ilícitas e inmorales, lo que, al mismo tiempo, hacía que la financiación de la actividad productiva de las empresas que crean empleo fuera cada vez más escasa y cara, a diferencia de la destinada a la especulación.

EL NEOLIBERALISMO
Un elemento clave en el crecimiento del sector financiero de carácter especulativo fue la polarización de las rentas, con un incremento muy notable de las del capital (y muy en particular del capital financiero) a costa de una reducción de las rentas del trabajo. Esta merma fue responsable de un descenso de la capacidad adquisitiva de la población, muy en particular de las clases populares, y determinó un problema de escasa demanda y por lo tanto de limitada rentabilidad de la economía donde se producen los bienes y servicios (la que se llama economía real o productiva), cuya demanda estaba disminuyendo. De ahí que la población y las empresas se endeudaran cada vez más (y aumentaran el tamaño del sector financiero) y que el capital prefiriera invertir más en los sectores especulativos que en la economía real, pues los beneficios eran mayores en los primeros que en la segunda. La polarización de las rentas, con descenso de las del trabajo, fue el resultado directo de las acciones de los gobiernos que desarrollaron las políticas neoliberales.
El pleno empleo de la larga fase de crecimiento económico de la década de 1950, de la de 1960 e incluso de la de 1970 había propiciado que los trabajadores mejoraran continuamente su posición en el reparto de la renta, lo que se tradujo en un notable incremento en la participación de los salarios en el conjunto de las rentas.
Detrás de esta situación había causas políticas tales como la fortaleza de partidos de izquierdas, la expansión del sindicalismo, el surgimiento de movimientos sociales, como el movimiento feminista, el ecológico, el de derechos civiles y otros movimientos sociales contestatarios con la estructura de poder.
Todos ellos lo sintieron como una amenaza poderosa que indujo a los grandes poderes del momento a poner en marcha respuestas políticas que les permitieran frenar ese creciente poder de los grupos y movimientos sociales que aspiraban a establecer un nuevo orden social y económico.
La respuesta política fue contundente, aplicándose en primer lugar y de modo a veces sanguinario en los países de América Latina y África que habían comenzado a experimentar cambios no necesariamente radicales en sus formas de gobierno y en la política económica.
Como hemos señalado, la primeras reacciones vinieron de la mano de la «revolución conservadora neoliberal» de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que produjo cambios muy importantes, además de los financieros que hemos comentado.
En primer lugar, el cambio de modelo productivo mediante la aplicación de las nuevas tecnologías de la información que iban a proporcionar un nuevo modo de utilización de los recursos, especialmente del trabajo, que iba a ser a partir de entonces más escaso y más barato.
En segundo lugar, una nueva política macroeconómica centrada en la lucha contra la inflación. Como ésta se entendía que estaba causada por los altos salarios y por la excesiva circulación de dinero, se proponía combatirla con políticas de altos tipos de interés (que beneficiaban a los poseedores de dinero) y recortes salariales (lo que favorecía a los propietarios de capital).
Finalmente se puso en marcha una estrategia política y cultural orientada a introducir nuevos valores sociales que fomentaran el individualismo y la fragmentación social que, junto al paro y al endeudamiento como resultado de los menores ingresos, siempre actúan como fuentes de sumisión y de desmovilización política.
Estas políticas, que después se han conocido como neoliberales, fueron logrando un cambio paulatino no sólo en la base productiva y financiera, sino en todo el orden social e incluso en la forma de ser y actuar de los individuos como consecuencia de la desigualdad y del desempleo que provocaron.

LA DESIGUAL DISTRIBUCIÓN DE LAS RENTAS Y LA CRISIS
Los cambios tan importantes que trajeron estas políticas en la distribución del ingreso y su influencia posterior en el origen de la crisis se produjeron como consecuencia de un doble proceso.
Por un lado, disminuía la ganancia que se puede obtener en los mercados de bienes y servicios, puesto que la menor proporción de rentas salariales (las cuales se dedican prácticamente en su integridad al consumo) reduce la demanda y, en consecuencia, limita las ventas y los ingresos de las empresas productivas.
Y paralelamente el mayor volumen de rentas del capital incrementa el ahorro y, por tanto, la suma de recursos susceptibles de ser destinados a la inversión para obtener rentabilidad.
Pero, como los cambios financieros que se habían producido hacían mucho más atractivo colocar los capitales en las inversiones financieras, resultó que la desigualdad de rentas fue agrandando el flujo de fondos hacia estas últimas y en menor medida a la productiva.
La desigualdad en la distribución de las rentas originarias se convirtió así en la principal fuente de alimentación de la especulación financiera y del riesgo asociado a ellas que caracteriza al capitalismo de nuestros días. Y esa desigualdad en aumento ha sido el caldo de cultivo que ha incentivado la compulsiva innovación financiera orientada a rentabilizar el papel mediante complejos procedimientos de titulización que convierten el capital meramente ficticio, la deuda, en fuente de grandes pero muy arriesgadas ganancias.
El que fue secretario de Trabajo con Clinton, Robert Reich, ha señalado que en 1976 el 1 por ciento más rico de la población de Estados Unidos poseía el 9 por ciento de la riqueza y ahora, después de estos años de políticas neoliberales, ya acumula el 20 por ciento. Y subraya Reich la coincidencia significativa de que este 20 por ciento sea justamente el porcentaje que el 1 por ciento más rico de la población de 1928 poseía entonces, justo antes de que se desencadenara la Gran Depresión. No es una simple coincidencia.
Lo que ha ocurrido en los últimos años es que las políticas neoliberales han impuesto un régimen de salarios reducidos y de trabajo precario que ha permitido recuperar las rentas del capital pero con resultados dramáticos.
Con los salarios más bajos como los que se han impuesto se generan beneficios pero crean escasez y, por tanto, se limita el rendimiento y la capacidad de crecimiento potencial de la economía, es decir, el que se podría obtener si hubiera mayor demanda y se utilizaran todos los recursos disponibles en lugar de dedicarlos a crear y destruir constantemente capital ficticio en los mercados financieros.
Si se contrae la actividad, lo que termina ocurriendo es que la actividad real proporciona una rentabilidad mucho menor que la que se puede obtener en las actividades financieras.
Esa progresiva deriva de los capitales hacia el universo financiero es lo que debilita la actividad real y genera inestabilidad, puesto que la base en la que allí se soporta la ganancia es la especulación que implica una asunción constante de riesgo y, por tanto, una tendencia permanente a la inestabilidad y a las crisis.
Así, mientras que desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970 apenas si se podrían señalar cuatro o cinco crisis financieras, desde entonces se han contabilizado 117 crisis bancarias sistémicas en 93 países y 113 episodios de estrés financiero en 17 países, lo que claramente poner de relieve que los fenómenos paralelos de la desigualdad y la hipertrofia de los flujos financieros vinculados a la multiplicación del capital ficticio son la fuente de la extenuante inestabilidad sistémica del capitalismo de nuestros días.
La crisis que estamos viviendo es, por tanto, una consecuencia inevitable de este proceso de conversión de la economía capitalista en un gran casino financiero que convierten la inversión en papel y en capital puramente ficticio (si es que a eso se le puede considerar inversión) en el uso más rentable del capital. Los bancos y los grandes fondos de inversión se han convertido en una maquinaria de creación constante de deuda a través de la titulización y de los sofisticados procedimientos de la ingeniería financiera que llevan a cabo para encontrar continuamente nuevas fuentes de beneficio. Pero todo ello lo llevan a cabo al margen de la actividad productiva, de modo que ésta no puede sino debilitarse de forma continuada y terminar exhausta ante la falta de capital o de demanda real suficiente.

UN CAPITALISMO TÓXICO
En definitiva la última y gran recesión de la economía mundial es algo más que el resultado de una crisis financiera derivada de la difusión de productos tóxicos. La crisis actual es también la consecuencia del divorcio entre medios y fines, porque se han desnaturalizado la economía, el dinero, las finanzas y la actividad bancaria. El dinero ha dejado de ser un instrumento al servicio de la producción de bienes y servicios que puedan satisfacer las necesidades humanas para convertirse en un fin en sí mismo y en una simple fuente de poder. La financiación ha dejado de ser una actividad al servicio de la creación de empleo o riqueza y los bancos se han convertido en los principales instrumentos de todo ello pasando a ser una maquinaria de generación de deuda.
Pero esta transformación se ha podido producir porque se han dado otros cambios además de los registrados en la esfera económica y financiera. Se ha modificado el equilibrio y las relaciones de poder de clase y de género en las sociedades actuales como resultado de la polarización de las rentas que han puesto cada vez más recursos en manos de los financieros y grandes empresarios a costa de la reducción de los ingresos de las clases populares y de su consecuente endeudamiento y de la protección social que reciben. Y también porque se ha acelerado la concentración de los mayores medios de información y persuasión y su vinculación con esos grandes grupos económicos, todo lo cual ha disminuido la capacidad de respuesta de las clases sociales que soportan los efectos negativos de estas políticas consiguiendo incluso presentar tales cambios como inevitables y los únicos posibles para que la gente que los sufre en mayor medida, los trabajadores, las mujeres, los jóvenes, los pensionistas, los parados… no se den cuenta de lo que pasa y se conviertan, por el contrario, en los propios soportes de las políticas que les reducen continuamente sus ingresos y su bienestar.

1. Para un análisis más detallado pueden consultarse los libros de Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa, La crisis de las hipotecas basura. ¿Por qué se cayó todo y no se ha hundido nada?, Sequitur, Madrid, 2010; Lina Gálvez
Muñoz y Juan Torres López, Desiguales. Mujeres y hombres en la crisis financiera, Icaria, Barcelona, 2010; Vicenç Navarro, Neoliberalismo y Estado del Bienestar, Ariel Económica, 1997; Vicenç Navarro, Globalización, poder político y Estado del Bienestar, Ariel Económica, 2000.

2. Un activo es un bien o un derecho sobre otro sujeto que tiene una empresa: locales, maquinarias, contratos de créditos a su favor… La titulización consiste en convertir un activo no negociable en negociable y, por tanto, en
poder obtener liquidez de él. Lo que hicieron los bancos que provocaron la crisis en Estados Unidos fue titulizar los contratos hipotecarios, es decir, venderlos bajo otra forma para así obtener liquidez y poder seguir dando créditos.

3. Un hedge fund es un fondo de inversión cuyo objetivo es la máxima rentabilidad pero con un riesgo igual o menor al del mercado, para lo cual emplean técnicas «de cobertura» que básicamente consisten en cubrir las operaciones más arriesgadas y que realizan mediante otros productos financieros vinculados con ellas. Así tejen una red multimillonaria y muy compleja en la que sólo intervienen unos pocos inversores muy poderosos pero que se extiende por toda la  economía mundial.

4. Mucha gente normal y corriente se pregunta cuando conoce este tipo de operaciones: pero ¿cómo es posible que estos inversores tan poderosos y ricos se dediquen a comprar simplemente papeles? La respuesta es sencilla: porque así ganan dinero. Todos hemos visto cómo en España mucha gente con dinero compraba viviendas en las que nunca entraba o que ni siquiera sabía dónde estaban. Lo que estaban haciendo entonces no era en realidad comprar viviendas, es decir, un espacio donde ir a vivir o a descansar y disfrutar, sino contratos de propiedad que luego vendían cuando subían de precio. Ésa es la especulación financiera que hoy día predomina en la economía mundial. Quienes sólo buscan ganar más dinero no compran cosas para disfrutarlas sino para volver a vender sus títulos de propiedad a precios más elevados.

5. Un análisis más detallado en Juan Torres López, Toma el dinero y corre. La globalización neoliberal del dinero y las finanzas, Icaria, 2006; Vicenç Navarro, Neoliberalismo y Estado del Bienestar, Ariel, 1997.

6. Eso también fue el origen, entre otras cosas, del problema de la deuda externa de muchos países pobres que no podemos analizar aquí y que se convirtió en un drama más tarde, cuando subieron los tipos de interés y su peso se hizo insoportable.

 

6 SENCILLAS MEDIDAS PARA REDUCIR EL DÉFICIT AUMENTANDO LOS INGRESOS PÚBLICOS

El déficit público es la diferencia entre los gastos y los ingresos del estado. Por lo tanto, si el objetivo es reducir el déficit, se puede lograr tanto recortando los gastos como aumentando los ingresos.

Eduardo Garzón EspinosaSaque de esquina.

Estamos muy acostumbrados a contemplar cómo los dirigentes políticos prefieren disminuir el déficit mediante la primera opción., y cómo ignoran la segunda.  Desde la aparición del problema de las cuentas públicas, el gobierno ha adoptado numerosas y diversas medidas que pasan por recortar el gasto público: rebaja del salario de los funcionarios, eliminación del cheque bebé, aumento de la edad de jubilación, congelamiento de las pensiones, reforma laboral y eliminación del régimen transitorio para la jubilación parcial, reducción del gasto farmacéutico, modificación de la ley de Dependencia, reducción de la ayuda al Desarrollo, reducción de inversión pública…

Y apenas unas pocas medidas para aumentar los ingresos públicos, entre los que destaca un aumento del IVA que es una medida altamente regresiva (es decir, trata por igual a ricos y a pobres, perjudicando por ende a los segundos al partir de una situación inicial inferior).

Gastos públicos

Una simple ojeada a la batería de recortes de gasto nos basta para darnos cuenta de que todos ellos perjudican a la clase trabajadora y a los que menos recursos tienen. Salen perdiendo los funcionarios, las madres trabajadoras, los pensionistas, los beneficiarios del gasto sanitario público, los beneficiarios de las medidas de dependencia, los países subdesarrollados… En definitiva, salen perdiendo todas aquellas personas que se benefician del Estado del Bienestar. Si recordamos el funcionamiento del Estado del Bienestar consistente en recolectar recursos de toda la ciudadanía para favorecer a las personas que menos renta tienen, concluimos sencillamente que los recortes del gasto público perjudican a este último grupo. Al fin y al cabo, a las personas más adineradas no les afectará que reduzcan los servicios públicos de sanidad, de dependencia, de pensiones o cualquier ayuda de otro tipo ya que podrán acceder a estos servicios en el mercado (que exige un precio más alto pero que se pueden permitir). Las personas con menos recursos, en cambio, no podrán acudir al mercado y el abastecimiento de tales servicios se verá restringido.

Por otro lado, ninguna de esas medidas atenta contra los intereses de las personas más acaudaladas y poderosas. Los recortes de gasto van destinados a reducir el tamaño del Estado del Bienestar, pero por ejemplo no van dirigidos a reducir el gasto que supone mantener las concesiones y ayudas a la Iglesia Católica, que recibe al año 10.000 millones de euros de las arcas públicas. Ni tampoco a reducir el gasto militar, que alcanza los 8.500 millones de euros anuales. Ni tampoco a disminuir el gasto destinado a la Corona Española, la cual recibe 8 millones de euros anuales del presupuesto del estado. De llevar a cabo estas medidas, los perjudicados serían otros sujetos muy diferentes a las clases trabajadoras: serían fundamentalmente la Iglesia, la Corona, y las empresas armamentísticas. Estas instituciones y agentes sociales tienen mucho más poder que las clases populares para poder defenderse de las actuaciones del gobierno e influir para que las medidas no afecten a sus intereses.

Ingresos públicos

Lo mismo ocurre por el lado de los ingresos. Como vimos, aumentar los ingresos públicos sólo es eficaz si se hace aumentando los impuestos a las rentas más altas. Pero estas rentas son precisamente las que mayor poder y mayor capacidad de influir tienen sobre los círculos políticos, y por tanto, estas medidas encuentran mayores dificultades políticas para llevarse a cabo. Sin embargo, técnicamente todas ellas son factibles. Entre estas medidas destacan:

1) Restablecimiento del Impuesto sobre el Patrimonio. Este tributo recaudaba fondos fundamentalmente de las personas más acaudaladas ya que son las que poseen más propiedades. Las personas menos adineradas apenas se veían afectadas al disfrutar de pocas propiedades. La recuperación de este impuesto supondría una recaudación de unos 2.000 millones de euros anuales.

2) Reforzamiento del cuerpo de inspectores de Hacienda y aumento de las investigaciones a grandes fortunas, de las cuales sólo declara el 20% de las existentes en nuestro país. Según un estudio de la Universidad Pompeu Fabra, por estas vías se dejan de ingresar unos 80.000 millones de euros cada año.

3) Modificación del IRPF para que las grandes fortunas tributen a mayores tipos impositivos. Así se hacía hace unos pocos años en nuestro país y así se hace actualmente por ejemplo en los países nórdicos, donde los grandes ricos aportan entre el 50% y el 59% de su renta mientras en España sólo aportan el 43%.

4) Aumento de la tributación de las grandes empresas (SICAV’s por ej.) -como Inditex- que actualmente tributan al 1% mientras las pequeñas y medianas empresas lo hacen al 25%.

5) Tributación por parte de la Casa Real Española, la cual recibe de los fondos presupuestarios unos 8 millones de euros, todos libres de impuestos.

6) Eliminación del régimen fiscal especial que permite que las empresas de alquiler de las entidades de crédito (SOCIMI) puedan alquilar los grandes patrimonios inmobiliarios adquiridos de los desahucios y embargos.

Viabilidad de las medidas

No es cierto –como se nos dice constantemente- que las actuaciones realizadas por el gobierno sean las únicas que se pueden tomar para reducir el déficit público. Se nos dice que los recortes son indeseables, pero a la vez inevitables porque algo hay que hacer y eso es lo único que se puede hacer. Pero es mentira. Lo que ocurre es que, de entre todas las alternativas existentes para reducir el gasto o aumentar los ingresos, no se llevan a cabo aquellas medidas que perjudican a los agentes sociales que tienen más poder para influir y presionar sobre la agenda política. Por lo tanto, finalmente los costes de las disposiciones políticas son soportados por aquellos que no tienen medios para defenderse: las clases populares.

Los continuos mensajes lanzados desde los grandes medios de comunicación y desde todos los poros de influencia y poder que tiene el sistema social, económico y político; nos hacen creer que las medidas que han sido adoptadas son las únicas que se pueden tomar. Otras actuaciones, nos dicen, son ineficientes, ineficaces, o imposibles de realizar. Y de tanto repetirlo nos lo acabamos creyendo. Pero hemos de tener muy claro que cualquier otra opción es perfectamente viable, y que si no se lleva a cabo es porque aquellos que resultarían afectados influyen y presionan mediante su poder fáctico para imponer sus intereses en la agenda política de los gobernantes.

Acuerdo PSOE-PP sobre la deuda:

Un pacto que perjudica a España

Juan Torres López / Alberto Garzón Espinosa – Consejo Científico de ATTAC.

La reforma que proponen los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, consistente en limitar desde la constitución el déficit y la deuda pública es una medida que impedirá salir de la crisis y que España elimine el déficit social que tiene respecto a los países de su entorno y, además, constituye un ataque frontal a los principios más elementales de la democracia que demuestra que el capitalismo neoliberal es cada vez más incompatible con esta última. No sólo por la forma sugerida para aprobar la reforma de la constitución, sin que medie referéndum y pronunciamiento directo del pueblo, sino también porque su contenido mismo restringe el margen de maniobra que tienen los Estados para gestionar su economía. Por esa razón hemos decidido escribir este artículo, de ánimo divulgativo, en el que revelamos los enormes problemas económicos de una medida profundamente antidemocrática.

Los ingresos y gastos de un Estado

Un Estado, como cualquier otro agente económico, tiene una partida de ingresos y una partida de gastos.

Los ingresos pueden provenir de muchas fuentes, pero en la actualidad y como consecuencia de decisiones erróneas de política económica la gran mayoría se obtienen únicamente de los impuestos. En otro tiempo el Estado también obtenía cuantiosos ingresos de los beneficios de las empresas públicas, pero en las últimas décadas y debido a la avalancha de privatizaciones (más de 110 empresas en España) esta fuente de ingresos se ha agotado. Por otra parte, actualmente de todos los impuestos los más importantes son el de la renta (IRPF), el de sociedades (IS) y el impuesto sobre el valor añadido (IVA). Hasta 2007 también existía el impuesto del patrimonio (IP), que afectaba únicamente a las personas con más riqueza, pero fue eliminado por el gobierno actual.

Los gastos también pueden ser de diferente naturaleza. Desde el mantenimiento de los servicios públicos del Estado del Bienestar (como la sanidad pública, la educación pública o el transporte) y el pago de todo el personal asociado (médicos, profesores, bomberos…), hasta el simple despilfarro y la corrupción política.

Por lo tanto tenemos que los ingresos de un Estado dependen fundamentalmente de los impuestos, pero estos a su vez dependen de la actividad económica. El Estado recaudará más cuantos mayores salarios tengan los trabajadores (impuesto sobre renta), cuanto mayor sea el nivel de beneficios empresarial (impuesto sobre sociedades) y cuanto más consumo haya en la economía (impuesto sobre el valor añadido). Así que en momentos de bonanza económica los ingresos del Estado serán elevados. Y con ingresos elevados se permitirá gastar más, o incluso ahorrar.

Lo que ha ocurrido en España en los últimos años es que la economía ha estado creciendo a ritmos muy altos debido a una burbuja inmobiliaria, que tarde o temprano tenía que estallar. Pero mientras la burbuja duraba los ingresos del Estado han sido cuantiosos porque había muchos trabajadores cobrando sueldos, las empresas ganaban mucho dinero y el consumo era muy importante (ayudado por el crédito bancario, eso sí). Sin embargo, en lugar de modificar el patrón de crecimiento y promover un modelo productivo distinto que permitiera que el país no dependiera de la existencia de una burbuja, los partidos políticos en el gobierno prefirieron (PP y PSOE) dejar pasar el tiempo y aprovechar las ventajas de un ciclo económico positivo pero ilusorio.

Además, estos gobiernos aprovecharon las circunstancias de bonanza para beneficiar principalmente a los propietarios de capital y sobre todo a los del inmobiliario rebajándoles los impuestos. Redujeron los tramos del impuesto sobre la renta y rebajaron los tipos impositivos (el porcentaje de impuestos) tanto del impuesto sobre la renta como de el de sociedades. Y al mismo tiempo iniciaron un proceso de desgravaciones fiscales (también principalmente beneficiosas para los más ricos) que suponían que el Estado ingresara menos. Aún así, y debido a que el gasto público no crecía suficiente para acercarse a los estándares del resto de países europeos, existía capacidad para ahorrar. Por eso la economía española ha tenido superávits en las cuentas públicas, es decir, ha gastado menos de lo que ingresaba. A pesar, como hemos dicho, de que la capacidad recaudatoria había disminuido.

Pero cuando llegó la crisis, primero por la vía del contagio financiero internacional y luego como consecuencia del estallido de la burbuja inmobiliaria, las cosas se pusieron feas. Los bancos dejaron de prestar dinero a empresas y hogares, y se dejó de invertir y de consumir. Cayeron entonces los beneficios y el consumo, lo que llevó a la baja la recaudación por impuestos y, por lo tanto, los ingresos públicos. Pero por el contrario los gastos se incrementaron. Y se incrementaron porque el Estado tuvo que salir a ayudar a la banca, pero sobre todo porque para intentar frenar la crisis tuvo que comenzar proyectos de estímulo económico que suponían un importante gasto. Además, el Estado tiene medidas llamadas anticíclicas, como las prestaciones por desempleo, que hicieron aumentar el gasto. En definitiva, como consecuencia de la crisis el Estado vio cómo sus gastos se disparaban y sus ingresos se reducían. El Estado entraba, por lo tanto, en déficit.

Cómo pagar el déficit

Cuando el Estado tiene que gastar más de lo que ingresa necesita obtener el dinero de algún lado. Existen diferentes herramientas económicas para conseguir ese dinero, pero algunas han sido delegadas a instituciones independientes y de la Unión Europea (como la potestad de imprimir dinero, ahora dominio del Banco Central Europeo). Por lo tanto lo común es que el Estado se endeude en el mercado de deuda pública, donde pide prestado a los inversores financieros. Y estos inversores financieros son aquellos que tienen dinero de “sobra”, como los bancos y las grandes fortunas que hacen anualmente millones de beneficios y que cada vez pagan menos impuestos. Así, al final la paradoja emergió cuando los propios bancos culpables de la crisis y las grandes fortunas beneficiadas de las rebajas de impuestos en todo el mundo eran las que finalmente prestaban dinero al Estado para que éste enjugara los déficits que habían surgido por su culpa.

En cualquier caso, es obvio que la deuda contraída deberá ser pagada de alguna forma, y en una situación en la que los gastos superan a los ingresos eso parece difícil. Por esa razón los economistas neoliberales –que son los que dominan las instituciones europeas y los que han asesorado a los distintos gobiernos españoles- proponen lo que se llaman “planes de ajuste”. Estos planes tienen como objetivo prioritario reducir el gasto público hasta el punto en el que se equilibran de nuevo los ingresos y gastos o incluso, si es posible, hasta que los ingresos vuelven a ser superiores a los gastos. Por eso se llaman “políticas de austeridad”.

Las políticas de austeridad no funcionan

El problema es que lo que parece muy intuitivo a nivel doméstico (por ejemplo de una familia) no lo es tanto para la economía en su conjunto. Es lo que en economía se llama “falacia de la composición” y que significa que aunque haya medidas que individualmente sean buenas en realidad si se aplican colectivamente pueden ser catastróficas. Por eso rebajar los gastos en un momento en el que los gastos superan a los ingresos puede ser fatal para la economía.

La razón es que el gasto público es un estimulante del crecimiento económico, como a continuación explicaremos. Eso significa que si se rebaja el gasto público se reduce la capacidad de crecimiento económico de una economía, y eso conlleva que habrá menos beneficios empresariales y menos consumo. Dado que como hemos visto antes los ingresos dependen de esas variables (beneficios y consumo) al final tenemos que los ingresos también caen. Así, aunque bajemos el gasto público lo que conseguiremos será deprimir la economía (que entrará en recesión) y por lo tanto también los ingresos públicos, lo que significa que la relación ingresos-gastos se mantendrá igual. O, lo que es lo mismo, tendremos los mismos problemas de deuda que antes de comenzar a rebajar el gasto pero, además de ello a una población que en conjunto será más pobre (porque verá cómo los servicios públicos se deterioran y se pierden puestos de trabajo y caen los salarios).

Se necesita más gasto público, pero más eficiente

En realidad, y aunque sea contraintuitivo, lo que se requiere es precisamente más gasto público. Porque lo que se necesita es recuperar los ingresos, no rebajar los gastos, y eso puede hacerse bien subiendo los impuestos (medida recomendable y necesaria, como recordaremos) bien incrementando la recaudación vía beneficios y consumo. O, dicho de otra forma, lo que necesitamos es crecimiento económico. Aunque no de cualquier tipo.

Durante la crisis los economistas neoliberales proponen medidas aparentemente orientadas a facilitar que las empresas creen empleo. Para eso reducen los tipos de interés y facilitan préstamos baratos a los bancos, siempre con el objetivo de promover que las empresas se endeuden para que inviertan (contratando trabajadores y mejorando la capacidad productiva). Pero sucede que en un contexto de crisis todas esas medidas no funcionan debido a lo que se llama “trampa de liquidez”, y que se explica porque las empresas no quieren invertir porque saben que nadie va a comprar sus productos. Y como no pueden vender, lo que hacen es despedir trabajadores, y dado que esos trabajadores son también los consumidores de los productos de otras empresas, al final la economía profundiza su crisis. Es decir, por más facilidades monetarias que se les de a bancos y empresas no se saldrá de la crisis en ningún momento.

Lo que se requiere, entonces, es que el Estado empuje la economía a través del gasto público y de lo que se llama el “multiplicador keynesiano”. Cuando el Estado gasta dinero en, por ejemplo, construir una carretera, lo que está haciendo es pagar sueldos a trabajadores que antes estaban en paro y pagar a empresas del sector que antes estaban desocupadas. Eso pondrá dinero en la economía, ya que esos trabajadores gastarán ese dinero en otras empresas, y esas otras empresas contrataran más trabajadores que a su vez gastarán también el dinero en más consumo, y sucesivamente. Si el impulso inicial del gasto público está bien planificado y es suficientemente poderoso, puede salirse de la crisis. Y además eso permitirá que el Estado recaude mucho más y por lo tanto que sus ingresos crezcan. Ese crecimiento de los ingresos reducirá la brecha con los gastos e incluso podrá conseguir que sean superiores.

Lo que importa es, por supuesto, que el gasto público tenga sentido y esté programado. El llamado “Plan E” tuvo un efecto muy temporal porque la economía estaba atrapada en los restos de la burbuja inmobiliaria y el plan lo único que hizo fue intentar resucitar esos restos. Lo que se requiere, por el contrario, es planificar un programa de gasto público potente encaminado a cambiar el modelo productivo y promover sectores como las energías renovables y las nuevas tecnologías, teniendo presente también el reciclaje del sector de la construcción.

Es importante remarcar que no cualquier gasto público es bueno, y por eso es necesario incrementar la eficiencia de dicho gasto. Eso quiere decir que hay que iniciar programas destinados a mejorar la eficiencia en la administración pública, a racionalizar mejor el dinero público y también a perseguir todos los casos de corrupción y de privilegios desorbitados de la clase política (amén del gasto militar).

La recaudación de los ingresos

Si bien los gastos, como hemos dicho ya, deben ser eficientes y bien planificados (y no basados en el derroche), a su vez los ingresos deben ser suficientes y estar igualmente bien planificados.

Los impuestos no son todos iguales ni afectan a todos los sectores y personas por igual, de modo que cualquier modificación impositiva tendrá consecuencias variadas. Por eso conviene planificar un sistema de incentivos adecuado que organice qué tipo de impuestos y qué nivel para los mismos tienen que existir.

En unos momentos como los actuales, en los que la desigualdad se ha incrementado extraordinariamente y la financiación del Estado del Bienestar depende de facto de los ingresos de las clases medias (porque las grandes fortunas evaden impuestos en paraísos fiscales) se requieren medidas de shock.

Hay que incrementar los impuestos a las rentas altas, lo que significa incrementar los tipos impositivos y también crear nuevos tramos. Simultáneamente hay que incrementar los impuestos a las rentas del capital y a las empresas, amén de recuperar el impuesto de patrimonio. Pero todo eso será insuficiente si no se combate con firmeza el sistema financiero especulativo que permite la existencia de paraísos fiscales. En definitiva y sin ánimo de profundizar en un programa detallado, hay que incrementar los impuestos a las rentas altas (que consumen menos pero especulan más) sin modificar mucho la presión fiscal de las rentas populares. Eso permitirá incrementar los ingresos del Estado sin que el consumo privado se vea mermado.

Limitar por ley el gasto y la deuda es una aberración económica

Por todo lo expuesto debe quedar claro que limitar por ley el gasto es una verdadera barbaridad, que no sólo afecta al carácter democrático del sistema político (al restringir el margen de maniobra) sino también al propio funcionamiento del sistema económico.

Los déficits son necesarios y una herramienta “extra” en el ámbito económico. Es cierto que no pueden sostenerse indefinidamente, pero precisamente para combatir la crisis y los déficits crónicos es necesario que en determinadas fases del ciclo económico se incurra en déficits importantes. Y sin esa herramienta es más que evidente que no se podrá salir de la crisis.

Y en economía como la española que tiene un gran déficit social respecto a los países de nuestro entorno, los déficits presupuestarios serán imprescindibles incluso en etapas de bonanza. Las infraestructuras públicas, los servicios educativos y sanitarios (hospitales, colegios, universidades, centros de investigación…) y en general la inversión a largo plazo necesaria no solo para el bienestar de los grupos de población de menos renta que no se podrían pagar los proporcionados por el mercado sino también para las empresas obtengan beneficios no se pueden pagar al contado. Sin endeudamiento es muy probable que no se puedan crear y al no crearse se perderá empleo y riqueza en el futuro.

¿Por qué se proponen entonces este tipo de medidas que van a ser tan negativas para el conjunto de la población?

Sencillamente porque favorecen al capital privado. Por un lado, menos posibilidades de financiar servicios públicos abrirá la puerta al negocio privado en salud, educación, servicios de dependencia… Y, por otro lado, todos ellos, serán financiados por los bancos privados.

Porque lo que pone de relieve el cinismo de la propuesta que hacen PP y PSOE es que limitar el endeudamiento del Estado para financiar la provisión de los bienes y servicios púbicos que se requieren para que haya suficiente y buena actividad económica y empleo, no va a evitar que haya más deuda. No la habrá pública pero sí privada como consecuencia de la financiación de los mercados, mucho menos eficiente además, y del mayor endeudamiento familiar como consecuencia de la pérdida de nivel de vida.

Obstáculos importantes

Para terminar debemos reconocer que España tiene dificultades añadidas porque está especialmente endeudada a nivel privado y porque tiene una camisa de fuerzas muy incómoda en la Unión Europea. Para superar estas dificultades España necesita que la Unión Europea cambie su política de actuación y comience a desarrollar un programa similar al aquí apuntado pero en el marco de la Unión Europea. Además, ninguna de estas medidas será efectiva si no se regula masiva y estrictamente el sistema financiero internacional que sirve para que las grandes fortunas y las grandes empresas especulen sin fin a costa de las arcas públicas de todos los Estados y, por lo tanto, del bienestar de todos los ciudadanos. Eso supone establecer prohibiciones de prácticas como las operaciones a corto, operaciones al descubierto, el uso de instrumentos financieros altamente especulativos (como los hedge funds y los Credit Default Swap) y el establecimiento de controles de capitales en toda la Unión Europea.

En lo que a nivel privado se refiere, el endeudamiento privado puede resolverse promoviendo mayores ingresos (en este caso salarios). Por eso es necesario promover un pacto capital-trabajo basado en la recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores, el refortalecimiento del poder de negociación de los trabajadores y en la regulación de los beneficios empresariales (para que se destinen a la creación de empleo). Entramos así de lleno en el mundo de la política y las relaciones de fuerza, lo que requerirá el uso de herramientas económicas como las nacionalizaciones para imponer las condiciones a los empresarios reticentes. Con un pacto capital-trabajo y con una estrategia de coordinación salarial a nivel europeo España puede superar su alto nivel de endeudamiento privado y acabar con los desequilibrios comerciales que arrastra desde hace tanto tiempo, y sin salir del euro.

Por el contrario, aplicando el recetario neoliberal del Partido Popular y del gobierno de Rodríguez Zapatero es completamente seguro de que nuestra economía se resentirá. Se crearán más oportunidades de beneficio para el capital privado y las clases más ricas pagarán menos impuestos aún, pudiendo adquirir sus servicios de bienestar en el mercado, pero las clases populares perderán cada vez más calidad de vida.

Bibliografía complementaria:

En Octubre la editorial Aguilar publicará un libro titulado “¡Hay Alternativas!” en el que Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón explican de forma pedagógica las causas últimas de la crisis y las medidas necesarias para salir de una forma justa y social.

Debe tenerse en cuenta que la medida en este artículo analizada fue una recomendación incluida en el llamado Pacto por el Euro, que dio lugar a las movilizaciones del 19 de junio promovidas por la plataforma Democracia Real Ya y los sindicatos. Por eso es recomendable leer el artículo de Juan Torres y Alberto Garzón (19-J. Contra el Pacto del Euro. ¡Democracia real en Europa ya!) en el que criticaban con detalle los argumentos esgrimidos por los economistas neoliberales. De una forma más genérica merece la pena leer los artículos de Juan Torres titulados ¿Por qué el 3% de déficit público y no el 2 o el 7? Mentiras y verdades sobre el déficit y la deuda, de 2010, y Pacto de Estabilidad y Estado del Bienestar: una nota sobre su dudosa credibilidad, de 2005.

En lo que se refiere al comportamiento de los mercados financieros es interesante leer la descripción que hace Alberto Garzón en ¿Qué son los mercados financieros y la especulación financiera? y las propuestas que existen para solucionar el problema de deuda pública y desactivar el chantaje de los mercados financieros en ¿Por qué debemos reestructurar la deuda pública y cómo hacerlo?. De forma paralela el papel de la desigualdad en el crecimiento económico queda explicado en “La importancia económica de la desigualdad” que se suma al estudio de la “Evolución de los Salarios en España (1978-2011)“, donde se puede comprobar que la desigualdad es la causa principal de la crisis que padecemos. De forma más general la página personal del profesor Vicenç Navarro (http://www.vnavarro.org) contiene gran cantidad de artículos que analizan la situación actual y en particular la importancia clave de la desigualdad.

Dado que este debate no está solo limitado a España, y ni siquiera a Europa, conviene leer también los documentos académicos escritos sobre la situación de Estados Unidos. Por eso recomendamos leer el artículo de Robert Pollin “U.S. Government Deficits and Debt Amid the Great Recession: What the Evidence Shows“, el de James Crotty “The Great Austerity War: What Caused the Deficit Crisis and Who Should Pay to Fix It?“ y otro de Robert Pollin “Fighting Austerity and Reclaiming a Future for State and Local Governments“.

¿Qué son los mercados financieros y la especulación financiera?

Alberto Garzón Espinosa

De entre todos los conceptos que ahora pululan en todos los debates políticos, y que antes estaban prácticamente reservados para los debates técnicos entre economistas, hay uno de especial interés que conviene ayudar a clarificar: el de los mercados financieros. En efecto, hoy los mercados financieros están en todas partes (televisión, prensa, e incluso en los bares), pero en general todavía hay un amplio desconocimiento acerca de lo que son realmente y cómo funcionan. Por eso he decidido hacer unas breves anotaciones que puedan ayudar a resolver algunas dudas importantes.

¿Qué es un mercado?

En primer lugar conviene recordar que el término mercado hace referencia al espacio, físico o virtual, en el que se encuentran compradores y vendedores de algún bien o servicio. Es decir, existe mercado allí donde se intercambien productos entre dos partes, la que los compra y la que los vende, y por ende cualquier producto tiene su mercado.

Eso significa que si nosotros queremos vender nuestro viejo libro de economía neoclásica, porque ya no nos sirve, lo que tenemos que hacer es ir a un mercado donde podamos encontrar compradores para el mismo. Lógicamente no vamos a ir al banco a venderlo. Lo que hacemos es buscar un mercado de libros de segunda mano. Cuando vamos directamente a la librería de segunda mano lo que estamos haciendo es ir a un mercado, el de los libros de segunda mano, porque sabemos que esa librería actuará de intermediario. La librería se encarga de reunir a compradores y vendedores y tratar de ir realizando transacciones a cambio de una comisión. La librería te compra el libro a 5 euros y lo vende a 7 euros. Actúa como intermediario y como creador de mercado puesto que en sí misma la librería es el mercado. Puede haber muchas más librerías de ese tipo en la misma ciudad, e incluso librerías online, y al negocio completo lo llamamos en abstracto el “mercado de libros de segunda mano”.

La liquidez y el precio en un mercado

Cuanta más participación haya en un mercado mayor capacidad tendremos nosotros para poder comprar y vender nuestros bienes y servicios. Si resulta que hay pocos vendedores y pocos compradores de libros el mercado será lento e ineficiente. Si queremos vender nuestro manual de economía neoclásica y resulta que dentro de los pocos compradores potenciales de libros no hay ninguno al que le interese la economía no podremos realizar la venta. Eso significa que seguiremos esperando un comprador con nuestro libro en la mano. Se dice entonces que el mercado es poco líquido, es decir, que la capacidad de convertir los bienes en dinero constante y sonante es muy reducida. Si por el contrario hubiera muchos vendedores y muchos compradores sería mucho más sencillo encontrar otra persona que quisiera nuestro libro, por lo que quizás en muy poco tiempo obtendríamos el dinero.

Y de la relación entre el número de compradores y el número de vendedores surgen los precios. A partir de la siguiente regla: a mayor demanda, mayor precio (y mayor oferta, menor precio). Si, por ejemplo, vamos con nuestro libro de economía a una librería especializada en física es probable que no encontremos compradores y que el intermediario -sabedor de ello- no quiera comprarnos el libro o nos ofrezca por él un precio muy bajo, digamos de 1 euro. Si en cambio nos dirigimos a una librería especializada en economía entonces allí sí habrá muchos compradores y, por lo tanto, demanda. Si quisiéramos vender nuestro libro directamente a los compradores, éstos competirían entre sí por ofrecer el mejor precio con el que convencernos. Exactamente como en una subasta. Así que el intermediario -sabedor de ello también- nos ofrecerá por nuestro libro un precio mucho más alto, digamos de 5 euros.

Cada mercado tiene sus participantes

En el mercado de libros de segunda mano suelen participar únicamente individuos particulares que desean comprar y vender libros, pero no participan bancos, empresas o agentes económicos más grandes. Eso es porque cada mercado suele tener sus propios tipos de participantes.

El mercado inmobiliario, por ejemplo, hace referencia al espacio donde se encuentran compradores y vendedores de viviendas. Ahí ya no sólo encontramos a particulares sino que también encontramos en ambas partes (la del comprador y vendedor) a los bancos, a grandes empresas o incluso al Estado. Todos esos agentes negocian los precios con los que comprarán y venderán las viviendas.

Y esto es muy importante porque todos esos agentes que no son individuos, y debido a su poderío económico, pueden modificar el mercado con facilidad. Precisamente porque tienen la capacidad económica, ya que manejan grandes sumas de dinero, pueden comprar y vender de forma estratégica, buscando ser favorecidos en las transacciones.

Por ejemplo, los bancos actualmente tienen en España un gran stock de viviendas en venta pero que no consiguen vender. Pero en España también hay gente que quiere comprar viviendas. La clave está en que los precios de oferta y los precios de demanda no coinciden, es decir, que por lo que los compradores están dispuestos a pagar es mucho menor que por lo que los vendedores están dispuestos a vender. Si los bancos bajaran los precios de las viviendas entonces los compradores podrían estar de acuerdo. Los bancos, además, reducen artificialmente la oferta de viviendas al no poner en venta muchas de las viviendas que tienen y creando de esa forma una escasez aparente para mantener los precios altos.

Y esto es crucial. Cuando hay pocos participantes en el mercado (en una de las partes) o un participante es muy poderoso económicamente puede influir mucho en cómo evolucionan las transacciones. Digamos que puede influir en la oferta y en la demanda, y por lo tanto en los precios. Los tres o cuatro bancos más grandes pueden ponerse de acuerdo para no bajar los precios de las viviendas y mantenerse esperando que los compradores se atrevan a ofrecer más, o bien pueden también comprar masivamente casas para elevar artificialmente el precio (ya que sube la demanda).

El mercado de deuda pública

Todos los mercados a los que antes hemos hecho referencia son mercados de bienes físicos. Ahora vamos a adentrarnos en los mercados financieros, es decir, en aquellos en los que se negocian títulos que conllevan compromisos futuros de pago. El más conocido por su radiante actualidad es el mercado de deuda pública.

El mercado de deuda pública es el mercado donde se encuentran por una parte los países que necesitan financiación y, por otra, los inversores que están dispuestos a proporcionarles esa financiación. Ya sabemos que cuando un Estado tiene déficit (menores ingresos que gastos) necesita pedir prestado, y una de las formas para hacerlo es emitiendo títulos de deuda pública. Esos títulos que emite son comprados por inversores que lo que están haciendo en realidad es prestar al Estado ese dinero a cambio de que en un plazo de tiempo determinado el Estado les devuelva ese dinero junto con un porcentaje de intereses. Al porcentaje de intereses se le llama rentabilidad.

Como todos los Estados tienen necesidad de endeudarse el mercado de deuda pública está siempre muy activo, especialmente en tiempos de crisis. Hay mucha oferta (títulos de deuda pública de diferentes países) y mucha demanda (inversores que buscan rentabilidad segura, puesto que se supone que los títulos de deuda pública son los más seguros; si no paga el Estado es que la cosa está verdaderamente mal). Y en este mercado los participantes son fundamentalmente los grandes inversores financieros (banca y fondos de inversión gestionados por ellos), y no ya tanto los particulares (que en cualquier caso pueden participar).

Si nosotros somos el gestor de un fondo de inversión de un banco, es decir, una persona que tiene a su cargo una gran cantidad de dinero que quiere revalorizar, esto es, convertir en más dinero, tendremos que valorar si nos conviene invertir en el mercado de deuda pública. Y si decidimos que sí debemos también decidir qué títulos concretos de deuda pública comprar. Por eso vamos al mercado de deuda pública y vemos qué ofrecen los diferentes países.

El sistema de venta de títulos es por subastas, aunque hay varios tipos de subastas así como también hay varios tipos de títulos y vencimientos (plazos de devolución), así que cada país ofrece un precio por sus títulos de deuda. Los inversores buscan siempre los títulos más baratos porque son los que ofrecen más rentabilidad. Se sigue el siguiente razonamiento: menor precio refleja más inseguridad y mayor rentabilidad. Si el precio es bajo significa que hay pocos compradores y eso significa que la gente no se fía suficiente de que se les devuelva el dinero, por lo que esos compradores exigen una rentabilidad más alta. Si un país, por ejemplo España, ofrece títulos y en la subasta van pocos compradores entonces tendrá que bajar el precio de sus títulos y, por ende, subirá la rentabilidad de los mismos, es decir, pagará más en concepto de intereses por cada título que venda a los inversores.

En realidad cada país está haciendo sus subastas y llamando de esa forma a los inversores. Y los resultados de esas subastas son diferentes según los países, diferencias de las cuales nacen conceptos como el de “prima de riesgo” (que cuantifica la diferencia de rentabilidad ofrecida por los países respecto de Alemania, que es el país con una economía más sólida). Se supone entonces que los precios de los títulos reflejan los fundamentos de la economía o, más concretamente, la capacidad que cada país tiene para devolver el dinero. Pero en realidad no sólo depende de eso.

La especulación en el mercado de deuda pública

Sabemos entonces que por un lado tenemos a la oferta (países) y por otro lado a la demanda (los inversores), que se reúnen en el mercado de deuda pública para negociar. Unos buscan financiación y otros la ofrecen a cambio de un porcentaje en intereses y el compromiso de devolución del dinero prestado. Y como en todo mercado también se puede influir en él para crear unas mejores condiciones que te favorezcan.

Supongamos ahora que soy un inversor. Concretamente soy Jorge Soros, gestor de un fondo de inversión multimillonario. Me levanto por la mañana y miro en las pantallas de mi oficina cómo están los indicadores fundamentales de la economía (crecimiento, inflación, etc.), las noticias de última hora (las declaraciones de los gobiernos, por ejemplo), las subastas de deuda pública programadas para hoy y también los mercados secundarios de deuda pública (que son los lugares donde se compran y venden los títulos de deuda pública por segunda y más veces; como los libros de segunda mano pero en títulos). Entonces planeo mi estrategia.

Como gestiono un fondo multimillonario tengo capacidad para mover el mercado, es decir, mi oferta de compra o venta es tan cuantiosa que es prácticamente la totalidad del mercado. Si decido comprar títulos de deuda pública de España eso incrementará la demanda y eso mandará una señal al resto de inversores: la gente está comprando títulos de España, lo que quiere decir que se fían de ellos y por lo tanto son más seguros. En consecuencia el precio subirá y la rentabilidad caerá. España podrá conseguir dinero más barato (pagará menos en concepto de intereses). Pero claro, ¿para qué yo, Jorge Soros, voy a querer comprar títulos que me den poca rentabilidad? Tengo mejores planes, concretamente imitar la estrategia que un tal George Soros hizo en el Reino Unido en los noventa y que hizo a un país entero ceder ante él (ver aquí).

Lo que hago como inversor es lo siguiente. Voy al mercado secundario de deuda pública y pido prestados muchos bonos, una gran cantidad. Cuando tengo todos esos bonos voy preparando el terreno para el ataque, lo que consigo gracias a la publicación de rumores y exageraciones (“España va mal”, “sus cuentas no salen”, “los planes no funcionan”, “se necesitan más recortes”, etc.) y cuando los tambores de guerra han sonado suficiente… en ese momento vendo masivamente todos los títulos que me han prestado a un precio de 1.000 euros el título. Entonces el resto de inversores que están también mirando sus pantallas ven lo siguiente: noticias de desconfianza en España y un número bestial de venta de títulos de deuda pública. Esos inversores razonan pensando que los inversores están vendiendo títulos de deuda pública porque no se fían, y entonces todos hacen lo mismo. Se produce una estampida con muchas decisiones de venta que hacen bajar los precios. Y cuando los precios han bajado mucho aparezco yo otra vez, Jorge Soros, y los compro masivamente a 200 euros el título.

Consecuencias de todo el proceso: yo vendí los títulos a 1.000 euros y los compré a 200 euros. Como eran prestados también tendré que pagar un poco en concepto de intereses a la hora de devolverlo, pero seguiré ganando. Y la otra consecuencia es que España está bajo ataque permanente y en la próxima subasta que haga los inversores le exigirán mucha mayor rentabilidad porque en teoría el mercado (secundario de títulos) está reflejando que no garantiza bien la devolución de los títulos, es decir, que su política económica debe cambiar para asegurar más confianza. Es entonces cuando llegan los planes de ajuste “impuestos” por los mercados financieros y el ya conocido “chantaje de los mercados“.

Los agentes financieros y las operaciones especulativas

Como nuestro yo del ejemplo, Jorge Soros, está repleto el sistema financiero. Y no es para menos puesto que la única lógica del capital financiero (ese dinero que busca transformarse en más dinero) es ni más ni menos que buscar las oportunidades de mayor rentabilidad y, si es posible, crearlas. Los especuladores son en realidad los propios inversores, no son una figura distinta, ya que su lógica es lo único que cuenta. Y como tales operan como los tiburones: huelen sangre (por ejemplo cualquier noticia real de una economía, tal como las trampas contables de Grecia) y atacan sin piedad extorsionando hasta el límite.

No hay inversores buenos ni inversores malos: son todos inversores operando con sus propias reglas, por supuesto inmorales y antisociales (pues sólo responden ante la rentabilidad). Es un capitalismo de hipercompetencia (leer esto para ver ejemplos y entender la lógica) y sólo los más “listos” ganan. Los mercados financieros no son entes abstractos como nos hacen creer, y tampoco son entidades divinas que nos dicen lo que está bien y lo que está mal. Son simples jugadores de casino aprovechando su inmenso poder para hacer y deshacer la economía mundial, sin atender a las consecuencias.

Durante más de treinta años de hegemonía del neoliberalismo estos agentes (bancos, fondos de inversión, grandes empresas, etc.) han creado las condiciones para explotar mucho más este negocio. Han desregulado los mercados, permitiendo su expansión a todos los niveles y eliminando casi todas las normas que limitaban diferentes prácticas, y han creado productos financieros complejos con los que seguir jugando más y más para seguir respondiendo al mismo objetivo. El ejemplo de Jorge Soros es uno más entre tantas otras formas de manipular un mercado cualquiera. Y las conspiraciones no hacen falta cuando todos los inversores se aprovechan de esas situaciones en las que quien paga al final es el Estado.

Por todo esto, y por mucho más, estamos completamente legitimados cuando decimos que en este mundo, nuestro mundo de hoy y no el del siglo XIX, la clase dominante que se parapeta tras los bancos y fondos de inversión, está explotando y desplumando a las clases populares. Y como dijo el multimillonario Warren Buffet “la lucha de clases sigue existiendo, pero es la mía la que va ganando”. Para cambiar ese hecho creo que necesitamos empezar a comprender la esencia de los fenómenos que están detrás de cada paso de regresión social.